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sábado, 29 de diciembre de 2012

Capítulo 3

 

 


El alba nace en el horizonte de Londres
. Las nubes dejan paso al astro rey y la nieve se derrite en las aceras, dibujando charcos caprichosos. Se respira tranquilidad en cada esquina, propio de un domingo como otro cualquiera. Los hornos de las panaderías humean por toda la ciudad. El Támesis acoge en su orilla a turistas madrugadores mientras las cafeterías abren sus puertas y los periódicos son repartidos.








Anne acaricia el frío suelo con sus pies desnudos cuando todavía no son las nueve de la mañana. Corre las cortinas y se deslumbra ante la claridad de la mañana. Mira de reojo el pinchadiscos y se despereza, crujiendo sus huesos. Va a la cocina, descalza. Calienta un vaso de leche mientras bosteza. Pone la televisión y sorbe su desayuno poco a poco. Adoro el último día de la semana.


No muy lejos de allí, un chico amanece en los brazos de una chica. Se levanta suavemente, intentando que ella no se despierte. Se escurre silenciosamente hasta al baño. Abre el grifo, haciendo correr un chorro de agua fría. Sumerge las manos en él y se empapa la cara, despertándose completamente. Mira su reflejo. Buenos días, Matt.


-


- Oh, venga, Anne. ¿De verdad que no te apetece ir a los recreativos? Irán todos… - un insistente Ben intenta convencer a su chica de que salga con sus amigos. Él no la entiende; está terriblemente confundida. No para de darle vueltas a la idea de dejarle. Se ve incapaz. Y encima él es tan bueno con ella…
- Ben… – susurra apretando el teléfono entre sus manos. Cierra los ojos, enredando sus pestañas. No sabe qué decirle para excusarse – Está bien, iré. Pero solo un rato.
El moreno se despide alegremente.



A pesar de que hace rato que ha colgado, Anne aun sigue con el teléfono entre las manos. Quizás es que no quiero dejarle… ¿no?
Son las cuatro y media de la tarde. Han quedado a las cinco. Creo que tengo que ir arreglándome.


En una cafetería concurrida, situada en el centro de la ciudad, se encuentran dos rubios tomando una taza de chocolate caliente.
Rachel está radiante. Su sonrisa deslumbra a cualquiera que repare en ella. Bebe de su taza a pequeños tragos, deseando que no se termine nunca para no marcharse de allí. Se siente como una quinceañera: enamorada e ilusionada.
Matt también sonríe. Pero los motivos son infinitamente distintos. Sonríe porque acaba de ver a Anne pasar delante de la cafetería. La ha visto entrar en la sala de juegos. Matt se termina su chocolate en pocos sorbos y mete prisa a la chica, que lo ha observado minuciosamente.
- Vamos Rachel, me acaban de entrar unas ganas tremendas de ir a los recreativos – el rubio se limpia las comisuras de la boca con una servilleta y se levanta de un salto. La chica lo mira confusa.
- ¿Recreativos? No conocía tu lado infantil – dice con el ceño levemente fruncido. Ella lo imita bebiendo su chocolate rápidamente. Ambos se ponen el abrigo y salen de allí.
Ains, es tremendamente adorable… Seguro que querrá que nos hagamos fotos en el fotomatón y todo… -
Piensa Rachel mientras lo agarra de la mano para cruzar la calle. Matt está demasiado ocupado buscando a su adolescente con la mirada, y no ha reparado en el contacto físico con la rubia.
Al entrar en la sala de juegos, un halo de ruido les tapona los oídos. Hay mucha gente, incluso más que en la cafetería en la que estaban. La diferencia es que la mayoría no pasa de los veinte años, salvo los padres que están divirtiéndose con sus hijos pequeños. Es un local ambientado en los años 80. Sumamente vintage.


En el mismo lugar, a la misma hora y en el mismo instante.
Anne está con sus amigos en una esquina de los recreativos, sentada en las rodillas de Ben. Juegan a los bolos. Su chico le acaricia las manos y ella mira la pantalla de las puntuaciones con un mohín en los labios. Voy la última, soy malísima jugando a los bolos – piensa, con los ojos medio cerrados. El ambiente está cargado de risas inocentes y miradas de flirteo. Totalmente adorable. Anne se remueve inquieta en le regazo de Ben, pero él no se percata de que se siente incómoda. Aprovecha el turno de tirada de su chico para desaparecer unos minutos entre la gente. Se escabulle rápidamente, sin dejar tiempo a que nadie le pregunte a dónde va. Recorre con pasos cortos un pasillo de los recreativos, lleno de máquinas de videojuegos y similares, mirando cada recoveco del lugar. Se detiene delante de una cristalera que retiene centenares de peluches en su interior. Mete las manos en sus bolsillos en busca de alguna moneda. La pone en la ranura y la deja deslizarse hacia dentro, oyéndose un pequeño click. Sus ojos se van directamente a un osito que hay al fondo de la máquina. El gancho de metal se coloca en el centro y la chica agarra el joystick con firmeza, girándolo hacia la derecha. Cuando cree que está justo encima del osito, pulsa el botón. Lo mira mientras el gancho se desliza lenta y chirriantemente hacia abajo. Observa desilusionada como deja escapar al osito. Rebusca de nuevo en sus bolsillos.













- Rachel, quédate en la barra. Voy un momento al baño – le dice el rubio, quitándose la chaqueta y colocándola al lado de ella en un taburete. Busca con la mirada y recorre los pasillos con la cabeza en alto. No tarda mucho en encontrarla, pues ella lleva un jersey que no es nada discreto. La ve, al fondo, posada delante de una máquina de peluches y la sonrisa se le agranda. Avanza hacia ella con decisión, esquivando niños que corretean de aquí para allá.
Cuando llega hasta la altura de la chica, pasa suavemente sus manos delante del rostro de ella, tapándole los ojos. Ella da un respingo, sorprendida. Tal y como ayer. – se ríe el rubio en la intimidad de su mente.
- ¿Quién soy? – pregunta divertido. La chica enmudece, no se lo puede creer. Tiembla levemente e intenta controlar el color de sus mejillas. Deja caer las manos del joystick y las pone delicadamente en las que cubren sus ojos. Ahora no hay guantes – piensa Matt. Parece que el tiempo se ha detenido. Y ya no hay nadie más allí. Es como si hubiesen entrado en una pequeña burbuja que los aísla del exterior. Anne gira los tobillos y él le devuelve la visión, apartando las manos de su rostro. Con las mejillas sonrosadas, Anne le sonríe de una manera dulce y, a la vez, sensual. Creía que tardaríamos más en vernos, rubito.
-
Te he vuelto a sorprender, ¿eh? – le dice Matt con una sonrisa que eclipsaría hasta a una estrella.
- La verdad es que esperaba encontrarte en cualquier sitio menos en este… - le responde ella con una ceja levantada - ¿Qué haces aquí? – le pregunta con una curiosidad inocente. Seguirte… - se dice el rubio.
- Me dejo caer por aquí de vez en cuando – dice convincentemente, encogiéndose de hombros. Ella se ríe y alza aun más la ceja, si fuese posible. Ya, claro.
- ¿De veras? Entonces debo imaginar que este tipo de cacharros,  – señala la máquina de peluches con la cabeza – se te dan bien, ¿no? El osito del fondo se me resiste. – Matt la mira a los ojos desde su altura y se pasa la lengua por los labios, humedeciéndolos. Contrólate, Matt, por favor.
- Bueno, no quiero presumir… pero en la feria de mi pueblo me llevaba todos los peluches – dice riéndose – Te lo demostraré… - Con delicadeza, Matt agarra por los hombros a la chica, girándola. Pasa los brazos alrededor de Anne y amolda sus manos al mando de la máquina de peluches. Tras varios giros de muñeca, el chico aprieta el botón, dejando apresado al oso en manos del gancho. Anne nota la risa del rubio en su nuca. Su aliento le ha erizado la piel. Sus pómulos cada vez se encienden más y sin embargo, está realmente cómoda. Él coge el peluche y se lo cede con ojos chispeantes. El ambiente arde.
- Ya veo que no era un farol… - dice la chica, que no se había sentido tan especial en su vida. Una idea atraviesa la mente del chico. No lo hagas. Contrólate.
Matt se acerca a ella suavemente y no deja de mirarla a los ojos, centelleantes y expectantes. Agacha la cabeza levemente y Anne aprieta el peluche entre sus brazos, realmente nerviosa, con los labios preparados. Hazlo. Dame un motivo.    




                                                       




- ¡Anne, ¿dónde te habías metido?! – Ben llega hasta ella y la rodea con sus brazos, sin reparar en el rubio. Matt se queda estático, con los ojos más oscuros que nunca. Idiota, has estado a punto de hacer una tontería – Ya hemos terminado la partida y hemos decidido ir a tomar algo al centro comercial. – Anne se aferra al osito de peluche, con la inexistente esperanza de que le hiciera desaparecer de allí. O que hiciera desaparecer a Ben. Mira a su novio con cara de póquer y sacude la cabeza, volviendo a la realidad de golpe.
- ¿Al centro comercial? Ehm… Claro – dice, no muy consciente de su significado. Observa como el rubio desaparece entre la gente y se siente desprotegida. Ojalá tuviera un motivo…

Y, si no hubiera aparecido Ben en ese instante, Matt le hubiera dado un motivo. O más de uno.















Continuará...



Pd. ¡Infinitas gracias por los comentarios que me habéis ido dejando! En serio, os lo agradezco muchísimo.
Este es uno de mis capítulos preferidos y, espero de corazón, que lo disfruteis tanto como lo hice yo... :3
Y... ¡por fin le ponéis cara a Anne! :P
Nos leemos pronto. ¡Felices fiestas!

Pd 2. ¡¡Necesito tiempo para ponerme al día con vuestras historias!! ^^'''

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Capítulo 2

 

 
Cobarde. Era lo que retumbaba en la cabeza de Anne.

Se había despedido de Ben en la puerta de su casa, demasiado ausente como para deslizar sus labios sobre los de él. Su novio se separó de ella y se despidió tan dulce como siempre. Quizás demasiado dulce.
Anne no articuló palabra alguna; se limitó a esbozar una sonrisa. Una sonrisa forzada que ocultaba sentimientos inimaginables para Ben. De verdad que sí lo quería, pero no era suficiente para compartir su vida con él. El chico desapareció al doblar la esquina y ella respiró completamente abatida, bajo el manto de nieve de la ciudad.

Ahora subía las escaleras con el rostro ensombrecido por el peso de la culpa. No podía creer que estuviese pensando en el chico rubio. Anne, sé racional, por favor. ¿De verdad tienes la cabeza hecha un lío por un tipo que has conocido hoy mismo? Además, te saca casi diez años, ¿qué pretendes? ¿Te gusta? Creo que sí que me gusta… Pero no puede ser, no, no. ¿No querrás dejar a Ben por eso, no? ¡NO! O sí… No lo sé.
Llega finalmente a su piso, con la cabeza a punto de estallarle. Encaja las llaves en la cerradura con la mirada perdida. Empuja suavemente la puerta. Palpa la pared con la yema de sus dedos, buscando el interruptor de la luz. Cuando logra encontrarlo, la tensión de su mandíbula se disipa. Un minino se le enreda entre las piernas. Hogar, dulce hogar.







En otro lugar de la ciudad, Matt guarda su cámara y concluye un duro día de trabajo. Se despide con una cansada sonrisa de las modelos mientras ellas se cubren con un albornoz. Sale por la puerta de la redacción de Nutz con aire ausente. Ya en el ascensor, termina de abotonarse el abrigo y suspira con las manos en los bolsillos.
Llega al parking y en su mente hay un nombre haciendo eco. Eres un completo idiota, Matt. Deja de pensar en esa niña. ¿Qué cojones quieres? – se muerde el labio inferior y sacude la cabeza con fiereza. Lo sabe. Y no quiere ni pensarlo. Arranca su coche con un bufido. Le apetece despejar su mente y, en el primer semáforo, coge el móvil y busca en su agenda de contactos. Acaricia suavemente la pantalla con el pulgar y comienza a sonar el tono de llamada. Pone el manos libres.
- ¿Rachel? – pregunta cuando el tono termina. Ve como el semáforo pasa de ámbar a verde. Chasquea la lengua y acelera.
- Sí, Matt. ¿Qué quieres? Estoy ocupada. – La chica, al otro lado de la línea, se está terminando de subir la cremallera de un vestido de Armani.
- Me apetece verte. ¿Qué haces esta noche? – pregunta Matt, atento a la carretera.
- Vaya, después de dos semanas tienes ganas de verme. No sé que clase de chica piensas que soy. – dice mientras se ríe. No quieras saberlo. – piensa Matt mientras se ingenia una respuesta convincente. Solo necesita un polvo.
- Digamos que eres la clase de chica de la que uno no se olvida fácilmente… - Buena respuesta, Matt.
- Touché. Me encantaría complacer tus deseos, Matt. De verdad, pero esta noche no puedo. Me han invitado a un desfile muy importante y no puedo faltar – El chico no se ve convencido e insiste. De verdad que necesita un polvo.
- Vamos Rachel, tú y yo sabemos perfectamente lo que dura un desfile de ese tipo. Sólo son las ocho y estoy completamente seguro de que para las once habrás terminado. Y de sobra. Quiero verte. – La chica intenta buscar una excusa. No la encuentra. Tampoco le importa demasiado. Es ella la que está enamorada de él. No puede negarlo más y, tras intentar la evasiva, accede.
- Está bien. Estaré en tu casa a las once. Espero que valga la pena.
- La valdrá. – Y ambos cuelgan, triunfantes.
Él, porque ha conseguido su polvo.
Ella, por ver sus ojos negros.








Anne sale del baño acompañada de una nube de vapor de agua. Se desenvuelve de la toalla y corre al calor del pijama. Vive sola. Sus padres murieron en un accidente de tráfico hace dos años.

La chica abre la terraza y aspira el aire que entra. Huele a frío. Le encanta. Se aproxima lentamente a la barandilla y se inclina. Observa como los coches se adelantan unos a otros. Mira el cielo y atisba el resplandor de las luces de un avión. En el balcón de enfrente hay una anciana regando las plantas. Adora pasar el rato así. Después de unos minutos, entra de nuevo, obligada por el frío. No le apetece ver la tele. Ni siquiera le apetece cenar. Pero quiere escuchar el vinilo que compró. Saca del armario el pinchadiscos de su abuelo y lo coloca en un rincón de  su habitación. Cierra las cortinas y se tumba en la cama, con su gato Fifí en los pies.
Cuando nota la pesadez de sus párpados, corre a los brazos de Morfeo y, aunque no quiera admitirlo, espera soñar con los dos chicos que hoy le han acelerado el corazón…

…y ninguno es Ben. 










Son las diez y media de la noche. No queda nadie vagando por la oscuridad de la calle. Excepto unos ojos negros, ocultos tras las sombras. Matt, sentado aun en su coche, tiene la mente en blanco. Pasan algunos minutos y se ve sobresaltado por un pensamiento. Vete ya a casa.
Con algo de resignación en su interior, entra en su piso. Enciende algunas velas que deja dispersas por el salón, mientras espera a la chica. Abre una botella de cava y la sirve en dos copas de cristal bohemio. Suena el timbre, justo a las once. Su puntualidad es sexy. Da pasos seguros hasta la puerta y la abre con las copas en la mano. Sugerente, fino. Y muy masculino.
- Buenas noches, Matt. – Saluda la chica mientras se quita el abrigo. Da un suave beso en la mejilla del rubio y le arrebata una copa que devora de un trago. Matt cierra la puerta despacio. Se acerca a la chica con una sonrisa de depredador y bebe de su copa mientras la observa. Esta chica es realmente impresionante, no me extraña que sea modelo. Esa melena rubia le cae por los hombros como una caricia. Esos ojos tan maquillados, son enormes. Marrones e intimidantes. Lástima que no haya nada más que eso.

El chico acorta la distancia de sus bocas y comienza un juego en el que las lenguas se ven enredadas, luchando por ganar la batalla. Matt la agarra de la nuca, atrayéndola más hacia él si fuese posible, enredando sus dedos entre su pelo. Desliza su otra mano por la espalda de Rachel, llegando hasta el final de esta. No tarda demasiado en zafarse de su vestido. Tampoco de sus pantalones. Y la cama parece no estar tan lejos.

Aun así, rozando el clímax, sólo puede pensar en esa chica . La chica que conoció hace menos de veinticuatro horas y que parece que le ha robado el alma. Y no lo entiende.
¿Por qué? – Es lo único que puede oírse en su cabeza, una y otra vez. ¡Si es absurdo!

Al final de la noche, termina abrazado a la rubia que, al contrario de él, está feliz.
Por tenerle entre sus brazos.

Y por creer que es sólo para ella…  












Continuará...

sábado, 22 de diciembre de 2012

Capítulo 1


 
Un día frío de Enero. Sábado. Parece una mañana como otra cualquiera.
La nieve del día anterior aun persiste en los alrededores de la ciudad de Londres. El lago de Hyde Park amanece helado y los árboles llenos de escarcha son acariciados por el gélido viento del invierno. Nubes traviesas intentan ocultar los rayos del sol mientras las calles se van llenando de gente.

Destaca alguien en particular. Una chica, posada delante del escaparate de una tienda de discos. Tiene la mirada iluminada. Se muerde nerviosa los labios. Quiere entrar.
Su grupo favorito está firmando discos. Le da vergüenza ver tan de cerca los ojos castaños con los que ella siempre fantasea. Pero quiere verlos. A ellos, a él y a sus ojos.

Saca valor de lo más recóndito de su ser y empuja suavemente la puerta. Desliza una mano dentro de su bolso y saca un CD. Hay demasiada gente y se ve obligada a esperar una larga cola. Los minutos pasan y parece que no avanza. Intenta distraerse rebuscando entre los vinilos. Encuentra uno que le llama la atención. Lo retiene entre sus manos para comprarlo luego.


Que vergüenza, que vergüenza. – piensa, cuando sólo quedan un par de personas delante de ella. Da unos suaves pasos, tímidos pero con decisión. Cuando quiere darse cuenta, ya está delante de él. Madre mía. Le cede el disco con las mejillas sonrosadas y el chico de ojos castaños lo firma ágilmente. Alza la vista y la mira sonriente. Pasa el disco al siguiente miembro, pero no deja de mirarla. Ella aun sigue embobada. Pero alguien la saca de sí con un empujón. Malditas histéricas. Coge el disco que le tiende el último chico y, como puede, sale de ese embrollo mientras lo guarda. Busca con la mirada algún dependiente y compra el vinilo que cogió antes.

Sale de allí con una sonrisa reluciente y comienza a reírse tontamente mientras da saltitos. Está tan eufórica que necesita hacer algo. Y echa a correr.


Tras media hora, repara en dónde se encuentra. Gira sobre sí misma y visualiza el paisaje con los ojos entrecerrados. Es un parque en el que nunca había estado. O, si ha estado, no lo recuerda. Hay una plaza rodeada de vegetación helada y, en el centro, hay una fuente de mármol en la que el agua yace inerte.
Se extiende un pequeño camino nevado a la derecha. La chica decide caminar por ahí, escoltada por numerosos árboles desnudos. Parece un camino sin fin.


Llega hasta un lago. Tiene una fina capa de hielo en su superficie. La chica se queda absorta en su mente. Recuerda lo ocurrido hace un rato y se aferra a la bolsa con el vinilo.

Un chico rubio la observa desde la sombra de un árbol. Hace rato que la mira y ella no se ha percatado ni siquiera de que está ahí. Tiene la espalda apoyada en el tronco, y una mano bajo la barbilla.

Es una chica muy guapa. Sus ojos son tan azules que podría nadar en ellos. Su nariz es pequeña y está adorablemente roja por el frío. Sus dulces labios ocultan una sonrisa encantadora.

La chica no se ha dado cuenta de unos pasos que han comenzado a acercarse a ella. El chico rubio llega hasta la altura de ella. Él se encorva y le susurra al oído:

- No imaginaba que una chica tan bonita como tú me iba a alegrar la mañana – dice, con una sonrisa igual de blanca que la nieve que pisan. La chica tarda en reaccionar, pues estaba nadando en su imaginación. Mira hacia él y da un pequeño respingo al ver su proximidad. Sobresaltada por la situación, da un paso hacia atrás para poner distancia. – Oh, perdona, ¿te he asustado? Lo siento, no era mi intención – La chica parece pisar la Tierra nuevamente y, cincelando en su blanco rostro una pequeña sonrisa nerviosa, le tiende la mano al desconocido.

- Me llamo Anne. – El chico envuelve la mano de ella con la suya y se decepciona al tacto de un guante de algodón. Ella pestañea varias veces – Anne Gordon.
- Un nombre precioso, para una chica preciosa. – Se agacha lentamente y, sin dejar de mirarla a los ojos, besa su pequeña mano – Es un placer. – La chica cree desfallecer. Sus mejillas se han vuelto del color de la sangre. Odia ruborizarse. Carraspea e intenta no tartamudear.
- ¿Puedo saber yo tu nombre? – vocaliza como puede, retirando la mano y perdiendo así cualquier contacto físico. El chico vuelve a una postura erguida. Anne no se había dado cuenta de lo realmente alto que era. Por lo menos 1,90…
- Mi nombre es Matt Williams – responde con voz firme.

Comienzan a hablar de cosas al azar. Entre conversaciones, Anne lo observa detenidamente.

Realmente es guapo. No parece un chico como los demás. Tiene un aura diferente, o quizás son imaginaciones mías. Su pelo me gusta mucho, tan rubio y tan liso. Cuando enarca las cejas está muy sexy. Qué ojos más grandes y oscuros... Tiene pecas en la nariz, qué mono. Podría pasarme toda la vida mirando esa sonrisa.


- Así que eres fotógrafo… – comenta Anne con expresión risueña. A ella le encanta la fotografía, incluso hizo un pequeño curso por internet. Matt asiente enérgicamente e instintivamente lleva sus manos a su cámara.
- Sí, la verdad es que es mi mayor pasión. – Confiesa con timidez y tuerce una media sonrisa – Me gustaría viajar por todo el mundo y tomar fotografías de cada cosa pero, lamentablemente, me tengo que conformar con tomar fotos a las modelos de la revista para la que trabajo…
- Vaya y, ¿en qué revista trabajas? – se interesa Anne. El chico parece reacio a contestar y la chica no entiende por qué. El ambiente se crispa un poco. Matt suspira antes de hablar.
- Trabajo en Nutz... – suelta al fin, con una risita nerviosa y mira intensamente a los ojos de la chica. Ella ha enrojecido de la cabeza a los pies. No sabe qué contestar y está deseando desaparecer de allí. Matt nota el nerviosismo de ella y decide cambiar de tema. – Y tú, ¿a qué te dedicas?
- Bueno… – respira por la nariz y comienza a tranquilizarse bajo la atenta mirada del chico – estudio 2º de Bachillerato… - El chico frunce el ceño y aparta la mirada disimuladamente. La hacía más mayor… - Piensa con pesadez. Intenta que ella no note su pequeña desilusión. Aprieta los dientes y se gira hacia ella nuevamente.
- Entonces, imagino que tendrás 18 años, ¿no? – la chica se muerde el labio y niega con la cabeza. Maldita sea. Matt le inquiere con la mirada y enarca las cejas como insistencia.
- Cumplo los 18 en abril… - responde secamente. Ha notado como el rubio se ha puesto nervioso y no le ha gustado. ¿Cuántos años tendrá él? No parece mucho mayor. – Y tú, ¿cuánto me sacas? – decide preguntar. El chico se rasca la cabeza e intenta no reírse. Lo suficiente… - Se dice a sí mismo.
- El mes pasado cumplí 26 – contesta, temiendo la reacción de la chica. Anne lo mira de arriba abajo mientras él mira al horizonte. Vaya. Me saca casi diez años. Anne suspira interiormente. Estira su brazo y toca el hombro del chico con suavidad. Él se gira y no la mira directamente.
- Tengo que irme a trabajar – dice él, con una sonrisa fingida, – Espero que nos veamos pronto. – acto seguido, desaparece entre la nieve sin apenas dejar rastro.



Anne llega a casa con las mejillas aun calientes. No termina de creerse el encuentro que acaba de tener. Que absurdez. De repente, le suena el móvil. Un mensaje de texto.

Cariño, espero que no te hayas olvidado de nuestra cita de esta tarde. Besos, Ben.”

Sencillamente genial. Realmente lo había olvidado. Tenía tantas cosas en las que pensar que no se había acordado de su novio.
Llevaba saliendo con ese chico más de tres años. Su primer beso y su primer novio tenían su nombre. La verdad es que es un chico muy bueno. Lo primero que me gustó de él fueron sus ojos, tan azules como los míos pero tan diferentes. Después me fijé en su pelo, negro azabache, el cual me encanta acariciar en las horas muertas. Su sonrisa fue lo que me conquistó finalmente. Le quiero mucho pero mi vida con él se está volviendo demasiado monótona. Yo quiero alguien con quien ver el mundo y él quiere a alguien que sea su mundo. Mi espíritu es demasiado libre como para eso… Pero eso no significa que le quiera menos.


A las seis en punto de ese día, Anne se encuentra frente a un Starbucks esperando que Ben aparezca. No es que llegue tarde, es que Anne llega pronto. Está preparando las palabras que quiere decirle.
Ben, ya sé que llevamos mucho tiempo juntos pero necesito algo más. No, no. Como le diga eso se va a pensar que quiero otra cosa y no estoy para malentendidos.
Ben, me he cansado de ti y quiero cortar. No, no, no. No quiero romperle el corazón.
Ben, cariño, debemos de quedarnos con el recuerdo de lo que fuimos. Sí, eso. Me gusta.
Mira el reloj una y otra vez y parece que las agujas no se mueven. Se impacienta. Es su mayor defecto. Cuando dan las seis y cuarto, una cabeza azabache asoma entre la muchedumbre. Tan puntual como siempre. – Se dice Anne.
Cuando llega a su altura, la besa fugazmente en los labios. Entran al Starbucks y se sientan en la mesa de siempre.
Y piden el café de siempre.
Y hablan de lo de siempre.

Anne no es capaz de decirle nada.







Continuará...


Pd: "Nutz" es una revista tipo Interviu... y para quien no la conozca, es una revista un poco cochina! jajajajajajaj

jueves, 20 de diciembre de 2012

Introducción: Frozen fire

Fuego helado, tan irónico como que el hielo queme.
Es una oscuridad clara, un sol apagado.
Una herida que duele y no se siente.
Un cobarde con nombre de valiente.
Una libertad encarcelada.
Un andar solitario entre la gente.
Un agua que no moja, un viento que no sopla.

Lo que comienza con fuego helado, termina con él.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Esto sólo es el comienzo...

¡Hola fantasmillas de algodón!
En este blog se va a crear una historia con la que los sentidos podrán volar más allá.
Todavía la historia no tiene nombre pero, lo importante, no es eso.
Espero que la historia sea acogida entre algún que otro lector y que me anime a continuar con la creación del blog.
No es mi primera historia, pero sí es mi primer blog. (Antes, escribía en fotolog.)
En poco tiempo habré subido la introducción y empezaré a esperar comentarios. Con sólo un comentario me veré más que satisfecha ya que, por lo menos, una persona estará disfrutando con mi imaginación.
Nos leemos prontro.