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lunes, 28 de enero de 2013

Capítulo 9



La intención de Anne no era mentir a Ben, de ninguna manera. Es sólo que, simplemente, el destino hará que vuelva a ver al rubio y, aunque no lo admita, ella no hará nada por impedir que ocurra…






Se acaba de despedir del chico, bajo una tormenta que no es más que un símil de su ser.

Truenos, la impotencia por quererles a ambos. Relámpagos


, el estremecimiento al pensar en ellos. Lluvia, las desagradables lágrimas que se amontonan en sus párpados y culminan en sus gruesos labios, dejando un sabor salado.

¿Por qué? – se pregunta. A cada minuto.

¿Qué tengo de especial? ¿Es necesaria tanta opresión en el pecho? ¿No es más sencillo que mi corazón fuese de uno? ¿No es más fácil olvidarme de Matt? Sí. Pero no podría…


Ben tiene una dulzura singular. Es el novio perfecto, el que toda chica en su sano juicio desea: que te quiera por encima de todo y que esté dispuesto a hacer cualquier cosa por ti.
Matt es lo que siempre desee que fuese Ben: atrevido, con ganas de soñar y ver mundo.


Cada uno me aporta algo diferente y esencial para mí. Ambos son mis almas gemelas, dos mitades que me complementan. Y me protegen.



Podría bañarme cada día en los azulones iris del moreno. Y podría perderme en la inmensa oscuridad del rubio.


Sé que no es sólo injusto para mí. Hoy, los celos de Ben se han manifestado por primera vez y él ha luchado, defendiendo lo que considera suyo. No me gusta que los celos hayan hecho acto de presencia.
Pero, que no me agrade, no quiere decir que no lo comprenda.
Y Matt, cuando advirtió que Ben estaba en mi vida, también sacó a relucir los dientes, mordiendo mi corazón. Como un lobo feroz.










En los días siguientes, la lluvia persiste en todo Londres, con un cielo plagado de tonos grises que a veces tornan a negro, dejando una semana pasada por agua. Tan húmeda como los sueños de Anne con cierto chico.



Ben se comporta como si nada hubiese ocurrido y, además, está más cariñoso y efusivo que nunca. Ganando terreno.

Pero, en su mente, una poderosa duda merodea desde ese día.
¿Le habrá contado todo o se guardará algo para ella?
¿Habrían hecho algo la noche que durmieron juntos?

Esa incógnita retumbaba en su cabeza cada vez que intentaba conciliar el sueño, como un cuchillo desgarrándolo con su fina incertidumbre.







Matt, al margen de todo, se pregunta por qué no recibe ningún mensaje de Anne y por qué cojones no le responde al teléfono.
¿He hecho algo malo? – se pregunta, mientras el tono de llamada le retumba en los oídos y Adam lo mira con suspicacia.










El sol atraviesa el horizonte y, con él, llega un viernes esperado. El gris de las nubes se va difuminando hasta prácticamente llegar a blanco.




El tic tac del reloj hace a Anne maldecir el tiempo. Intranquila, intenta mantener una postura fija durante los cinco minutos que quedan para que el timbre del instituto de por terminada la jornada e inaugure el fin de semana, pero está demasiado nerviosa como para estarse quieta.








Adam corre escaleras arriba, irrumpiendo en la habitación de su hermano. Él está en la terraza, haciendo ejercicios con pesas. El moreno se acerca con sigilo hasta él y lo mira con las cejas arrugadas.
- ¿No has ido hoy a la revista? – le pregunta, ceñudo. Matt levanta la vista y le regala una mirada de hastío. De golpe, suelta las pesas y se levanta, poniéndose a la altura de su hermano.
- Me he tomado el día libre. Necesitaba relajarme. – contesta, encogiéndose de hombros.
- ¿Y esta es tu manera de relajarte? – insiste el chico de ojos verdes, que le centellean intrínsecamente.
- Cada uno se relaja como le da la gana, ¿vale? – espeta el rubio, malhumorado, mientras se seca el sudor de la frente con una pequeña toalla. Va hacia los sofás en un par de zancadas y se deja caer en uno, agotado. Bebe un trago de zumo de cítricos y observa como su hermano, con una expresión preocupada, se acomoda a su lado.
- ¿Es por una chica? – pregunta, con aspecto interesado y la mirada pícara. El rubio deja de beber, tosiendo estrepitosamente. Medio ahogándose.
- ¿De qué vas? – le dice, con los ojos entornados. Se levanta rápidamente, rehuyendo la mirada de Adam y se dispone a entrar a su habitación. Pero su hermano le sigue.
- Vamos, hermanito, a mí puedes contármelo… - menciona el moreno, a la espalda de Matt, que se gira y lo devora con la mirada.
- ¿Que te lo puedo contar? – repite, enfadado. - ¿Olvidas lo que ocurrió la última vez?
- Eh, lo de aquella vez no fue culpa mía. Esa tipa no era para ti… Demasiado ligera… - defiende Adam, con las manos alzadas en señal de inocencia. Matt bufa y roda los ojos, dirigiéndose al baño.
- ¿Y para ti, sí? ¡Vamos, Adam! – vocifera el rubio, rememorando por un momento la conversación similar de hace cuatro años.
- Fue ella la que se metió en mi cama. – Dice con firme seguridad– Nadie la obligó. 
- Puede ser pero, ¿por qué tenías que ligártela? ¡Pudiendo tener cualquier tía, tenías que follarte a la mía! – grita, encolerizado. Con el rubio flequillo tapándole los furiosos ojos, llenos de un oscuro velo de rencor.
- Ya te pedí perdón en su momento, no sé a qué viene sacar tanta mierda a flote. – dice el moreno, cruzándose de brazos. Adoptando una actitud defensiva.
- Viene a que me dejes en paz. – sentencia el rubio, cerrando la puerta del baño sonoramente.
- ¡Odio que lo arregles todo con un puto portazo! – grita Adam, pegando una patada al aire.








A las cinco de la tarde, Anne se remueve nerviosa en los brazos de Ben.
- Que bien que haya dejado de llover, ¿eh, preciosa? – comenta él, acariciándole el pelo.




- Sí. Esperar esta inmensa cola con un paraguas en la mano no sería muy cómodo… - dice la chica, con una amplia sonrisa.

A las puertas del Shepherds Bush Empire, esperan impacientes – él no tanto – a que los integrantes de Tokio Hotel hagan acto de presencia.

No me puedo creer que los vaya a ver de nuevo… -
piensa ella, rozando la histeria, llevándose las manos a la boca, mordiéndose las uñas.
Instintivamente, aprieta las entradas contra sí. Ben suelta una risita.
- Tranquilízate – le susurra.
Como si pudiera…







Un rubio guarda su cámara dentro de la funda, con una expresión de desagrado, chasqueando la lengua y maldiciendo por lo bajo.
- Matt, no te pongas así. El fotógrafo musical está con gripe, es un favor personal… – dice Gregory Hall, su jefe, con tono resignado.
- Lo sé, y por eso lo hago – confiesa, con la cara baja y la desgana saliendo de sus poros.
- Y te verás recompensado – añade el hombre que, a pesar de no ser demasiado mayor – unos treinta y algo – deja ver en su lustroso cabello alguna que otra cana. 
Matt asiente, con los labios formando un mohín.
- No será fácil recompensar el aguantar a esos alemanes consentidos… - suelta, saliendo por la puerta de la redacción.








El Shepherds Bush Empire está a rebosar. Adolescentes – y otro tanto que no – se agrupan como pueden en el recinto para ver de cerca a sus ídolos.
Anne tiene los ojos bañados en un halo de ilusión, y Ben está feliz de verla así.
Los integrantes de la banda aún siguen en el backstage, pero un hombre irrumpe en el escenario, llamando la atención de todo el público. Se acerca torpemente hasta un micrófono, esquivando cables. Carraspea antes de hablar.

- ¿Se me oye? – dice, soltando una risita ronca.

- ¿Quién es? – pregunta un chico azabachado en la oreja de su novia, que se muestra confusa.
- No tengo ni idea – responde ella.

Un sonoro suena estridente en el lugar. El hombre relaja sus hombros y comienza a hablar.
- Veréis, esta noche, tras el concierto maravillosos que presenciareis, se sorteará unos pases vip para una fiesta que ha organizado el grupo.
Se sorteará entre los números de las entradas, por tanto, ponedlas a buen recaudo y, al finalizar, el azar decidirá los afortunados, que serán diez. Y, sin más, ¡disfrutad del espectáculo!






































Continuará...






Pd: Sí, sé que es corto pero quería dejarlo ahí :)
Estoy muy ajetreada con los estudios y esas cosas de la vida y no me ha dado tiempo de revisar la ortografía y demás así que perdonadme si cometo alguna falta D:

Si tengo un huequito esta semana, subiré otro capítulo y revisaré este, pero no prometo nada :P

Muchísimas gracias a los que leen y comentan, de verdad ^^

Sin más, un mullido abrazo de algodón :3

lunes, 21 de enero de 2013

Capítulo 8





Matt entrecierra los ojos y atraviesa a su hermano con una mirada cortante, olvidándose del sentimiento dulce que tenía en la punta de la lengua.

- ¿Qué haces aquí? – le pregunta con voz dura, cerrando la puerta de golpe. Adam sonríe tranquilo, impasible. Con los ojos llenos de chiribitas.

- Echaba de menos Londres – responde. El rubio levanta las cejas y enmarca una expresión irónica, cruzándose de brazos y bufando sonoramente. Adam se levanta, rodeando el escritorio, encarándose a su hermano mayor e imitando su pose defensiva. - ¿Acaso no me crees, hermanito?

- No me llames hermanito – contesta Matt, con la mandíbula tensa. – Yo soy el mayor, ¿recuerdas? – Adam asiente lentamente y esboza una mueca.

Su típica sonrisa de suficiencia. Cómo la odio. – piensa el rubio con un rencor oculto que sale a flote levemente.
 
- Ya veo que sigues con tu complejo de inferioridad, ¿eh, Matthew? – espeta el moreno, con la barbilla alta. Sintiéndose poderoso tras mucho tiempo.

Cómo le extrañaba – se dice Ada
m, contento.


- Sabes que no me falta ego – asegura el chico de pelo dorado, relajando los puños y conteniendo una sonrisa. De hecho, me sobra. – se dice.


- Lo sé – dice Adam, acercándose a él. Abrazándolo después de mucho tiempo.
Tras cuatro años.












En un instituto de Londres, a varias calles del reencuentro de los hermanos, Anne se remueve en su asiento con la mirada de Ben clavada sobre ella, el cual espera expectante la respuesta de la chica.

Se siente extremadamente vulnerable ante esos ojos azules y nota como las lágrimas van llegando a los suyos, poniéndose aún más nerviosa.

Quiere desaparecer de la faz de la Tierra. De allí. Borrar absolutamente todo lo sucedido la última semana. Olvidar el día anterior. Y el anterior a ese. Y el día de los recreativos. Y el día en que acabó en aquel parque lleno de escarchada vegetación. Y olvidarse de él.

Con un susurro demasiado leve como para que alguien que no fuera Ben lo escuche, Anne habla con la voz prácticamente inaudible:
- Te lo contaré tras las clases. En el banco en el que nos dimos el primer beso.

Y Ben no entiende nada.









En la redacción de Nutz, una rubia posa ligera de ropa ante la cámara de Matt. Están solos en ese cálido estudio, haciendo una sesión de fotos inspirada en superhéroes.

- Rachel, juega con la capa. No enseñes, insinúa. – le dice él, con la mirada concentrada en su trabajo. Es demasiado perfeccionista y siempre consigue un resultado excelente. Y Rachel sabe fingir estupendamente.

Tras una hora de trabajo, han acabado.

- Ya puedes ponerte el albornoz – le informa él, mientras hace una copia de seguridad de las fotos. Ella cambia completamente de expresión cuando se aleja de la cámara, cubriendo su cuerpo con el suave tejido. Una fina lágrima se escapa entre sus maquilladas pestañas, dejando una laxa estría negra en su pómulo.


















A las tres en punto de la tarde, los adolescentes se encaran sentados en ese banco que tan buenos recuerdos les traía. Ben interroga a la chica con la mirada e intenta no tiritar de frío. La temperatura ha bajado en pocas horas y las nubes nublan el cielo antes despejado. Anne mira al suelo y juguetea con sus dedos, haciendo acopio de valor. Sopesa las palabras que quiere pronunciar durante algunos minutos en los que él toma una de sus manos y la calienta con las suyas. Su contacto, a pesar de no ser demasiado caliente, quema. En realidad, arde. Arde de culpa. De rabia e impotencia.

¿Por qué la vida tenía que ser tan injusta? Si el maldito rubio no hubiera aparecido, no estaría ocurriendo esto. Tampoco notaría la desazón que le provocaba, que le hacía sentir el corazón dividido en dos. Entre un rubio y un moreno. Entre una mirada clara y otra oscura.


Anne, con un nudo en la garganta, tose y se gira hacia Ben, que la observa en silencio.
- Ben… - comienza ella, con los labios temblándole. Él, en su amorosa ingenuidad, no comprende qué le ocurre.
- Tranquila, habla… - le dice él, con la dulzura natural de su voz acariciada por el gélido viento.
El cielo comienza a ensombrecerse con el paso de un nimbo negruzco, anunciando una lluvia más que segura.
Ella mira al cielo con duda y, por mero instinto, se arropa junto a él.
- Prométeme que no me vas a interrumpir… - le pide Anne, rozando la súplica. Dejando el orgullo apresado. Ben asiente despacio, con los ojos llenos de una agria incertidumbre.

Anne comienza desde el principio. Desde aquel día de la pasada semana, en el que todo se partió en dos.

Le cuenta con todo detalle cómo se acercó a ella, sobresaltándola con su presencia. Rememora la conversación, que tan nítida estaba en su mente. Detalla lo sucedido en los recreativos, en cómo él no reparó en el rubio que estaba junto a ella. Y cómo extrañaba su olor cada noche.
Ben, con el cuerpo más que crispado, con los ojos rebosando furia, escuchaba atentamente cada sílaba que la chica pronunciaba. No se había movido ni un ápice desde que ella comenzó a hablar.
Anne titubea antes de comenzar a relatar su encuentro entre las sombras de la cafetería y, temblando como un corderito asustado, derrama una lágrima tras otra, en un silencio tenso. Le cuenta cómo le mintió para ir a su busca. Cómo se había deshecho en esos brazos que la acorralaron. Cómo había disfrutado del tacto de sus labios y de las caricias de su húmeda y suave lengua. Cómo había juntado sus cuerpos para notar su calor; el latido de su corazón, bombeando en su pecho, a puro golpe en su tórax tan marcado.

Cuando la chica termina, mira a Ben a los ojos. Y llora desconsoladamente, con discretos sollozos. Él asimila toda la información con una expresión neutra, sin mover ni un solo músculo de su cuerpo, dejando que el aire le remueva el cabello. Varias gotas comienzan a caer del cielo, mojando todo lo que se encuentra a su paso. Y, con ellas, otras muchas, empapando a los adolescentes. Escondiendo las lágrimas de Anne entre la lluvia.
Ben se levanta del banco como si su tacto fuese insoportable y, con una fuerza impensable en él, coge a la chica en volandas y la sujeta a su altura, rodeándole la cintura.

Pega sus bocas con fiereza, dejando fluir la rabia acumulada. Se aprieta fuertemente contra los labios de la chica, casi haciéndole daño. Desliza sin previo aviso su lengua, dejando a la chica presa en ese beso obligado, emanando la cólera que siente él. Se aferra aún más, si cabe, a la cintura de ella, con los dedos estrangulando la circulación de la chica, que no emite queja alguna.

Están calados hasta los huesos, pero a ninguno parece importarle. Él saborea cada recoveco de su boca, haciéndola suya. Pues legítimamente lo es.

Se hace dueño del aliento de Anne, de su respiración. Quiere fundirse con ella en esa lucha rabiosa y llena de un orgullo más que herido. Su corazón palpita a un ritmo desbocado y empieza a sentir la falta de oxígeno en sus pulmones.
Necesita aire, pero más la necesita a ella.

En ese momento, la odia. También la ama. Y ambos sentimientos están peleando en su interior, combatiendo por el reinado sobre él.

La chica se deja hacer en todo momento, abandonada completamente a él, diciéndose a sí misma que no merece tal cosa, sino que merece gritos y reproches por su puñalada.

Ben no puede soportar la idea de que haya dormido con aquel tipo que apenas conocía y que él hubiera tenido que esperar tanto para hacerlo.
Se siente traicionado, con la soberbia rota en mil pedazos.

De repente, un trueno estalla entre la lluvia, sobresaltándoles a ambos. Rompiendo el fiero beso en un instante, quedando en el olvido.
Los dos se quedan mudos, observándose el uno al otro. Con sentimientos a flor de piel.

- ¿Me quieres? – inquiere él, con la voz ronca y la mirada llena de rabia. Los músculos de sus brazos están apretados y los tendones se le marcan, amenazantes. Ella tiembla, asustada y empapada. Lo mira, enfrentándose a la dura mirada del chico. Como un océano en tempestad.
- Te quiero. Muchísimo. – contesta ella, con las lágrimas invisibles bajo la fuerte lluvia. Da un paso hacia él, para observar su expresión de cerca. Con la voz entrecortada, habla. – Tras saber esto, ¿me sigues queriendo? – le pregunta, con el miedo en la punta de la lengua.
Él la atraviesa con la mirada, pétrea y álgida cual hielo.
- No te quiero – responde casi en grito. Ella solloza fuertemente y aprieta los ojos, rompiéndose por dentro. Ahogando el dolor bajo las gotas caídas del oscuro cielo. Nota como las manos del chico le apartan el pelo de la cara y le hacen alzar el rostro hacia él. Con un temor despavorido, abre lentamente los ojos, viéndolo ahí, con los ojos llenos del cariño y la dulzura que le caracteriza – No te quiero, porque te amo. – responde, besándola ya con una suavidad infinita.

Desterrando el coraje de su corazón, con un beso opuesto al de antes.

Cuando se separan sus labios, él apoya su frente contra la de ella, suspirando.

- Prométeme que no lo volverás a ver. – le ruega, con los brazos en torno a ella.

Una vocecita en la cabeza de Anne grita la negativa. Pero sus labios afirman la mentira.

- Te lo prometo. – susurra. Y, tan mojados como están, se alejan de aquel banco.



Él, amainando los celos de su alma.
Ella, castigándose por mentirosa.








Continuará...


















Pd: Muchas gracias por los comentarios ^^
A partir de ahora voy a dosificar los capítulos y, a no ser que cambie de opinión por alguna circunstancia, subiré sólo los lunes :3
Espero que disfruteis tanto como yo :P





lunes, 14 de enero de 2013

Capítulo 7







Una puerta de blindada madera se abre ante los ojos de Anne, que da un paso y se detiene bajo el marco de esta, con la vacilación haciéndole cosquillas en los pies. Matt le tienta con la mirada y las cejas alzadas, desde el interior del piso. La chica sacude sutilmente la cabeza y entra dentro, cerrándole la puerta en las narices a la culpa.

El rubio vive en un ático dúplex de diseño, lleno de una exquisita decoración que es un deleite para los sentidos.  
 
Nada más entrar, hay un largo pasillo con las paredes pintadas de un gris muy oscuro, con fotografías en blanco y negro, y una gran lámpara colgada del techo que rebosa rayos de luz blanca.

Al llegar al final del corredor, Anne frunce el ceño y mira al rubio con desconcierto. Él se ríe y desliza hacia la derecha una puerta corrediza, camuflada entre las paredes, con la risa acariciándole los oídos a la chica.

Queda al descubierto una estancia enorme. Ella se ve fascinada por la belleza del lugar, abriendo mucho la boca. Matt la mira con los ojos inundados en una tierna diversión. 
A la derecha de ambos, se alza una escalera metalizada en blanco, con un pasamano plateado. La pared está revestida con tablones de madera negra, excepto la del fondo, que está ocupada por numerosos ventanales de un fino cristal, ocultos tras unas cortinas de un lila apagado, hechas de un espeso hilo.
En la pared que va desde la escalera hasta los ventanales se halla un piano, junto a una puerta corrediza igual a la otra y una estantería de cristal con un equipo
de música, un montón de discos y varias fotografías enmarcadas.
En el centro del salón, unos grandes sofás de piel, de un blanco roto, con cojines de un oscuro terciopelo morado. Frente a ellos, un gran mueble lacado en negro, unos estantes llenos de libros y películas. La televisión – casi tan fina como una hoja de papel – está colgada sobre el mueble, pareciéndose a un espejo. En la esquina de la izquierda, reposa una pequeña chaiselongue de un negro cuero, junto una lámpara de pie en forma de lirio.
El suelo se encuentra escondido bajo una enorme y mullida alfombra de color crema. Varias plantas de diferentes tonalidades están desperdigadas por la sala, dándole color a la habitación: ciclámenes, gloxíneas, eléboros.
El techo es muy alto y en él hay una gran lámpara de aire moderno que llega a parecerse a hielo cristalizado.

- Guau – susurra Anne, llena de alucinación. Nunca había visto un sitio tan elegante, fino y a la vez tan acogedor. El chico escurre sus dedos bajo una mano de la chica y la aprieta suavemente, con cariño, conteniendo una sonrisa de satisfacción.

Más que la guarida de un lobo, esto parece el castillo de un príncipe – piensa la chica, mordiéndose los labios y sintiendo la caricia de Matt en la punta de sus dedos. Se gira hacia él con expresión risueña y él sonríe travieso.
- ¿Quieres ver la película aquí o arriba, en mi habitación? – pregunta, con picardía. Ella se ruboriza levemente y pone una expresión extraña. Matt, al atisbar un rayo de miedo en sus ojos, se apresura a hablar – Tranquila. No por ver una película en mi cama te voy a comer…- dice el rubio. Ella abre los ojos desmesuradamente, sorprendida, y él continua - …además, si quiero comerte, puedo hacerlo en cualquier rincón de la casa. – suelta, encogiéndose de hombros con fingida indiferencia. La chica acoge el color carmesí en sus mejillas y él no puede aguantar la carcajada. Anne le mira con los ojos entrecerrados mientras él se desternilla, deseando matarle. Sí, a besos.
- No tiene gracia – asevera la adolescente. Matt deja de reírse de repente y la mira, hundiendo sus ojos negros en sus azules iris, poniéndose serio.
- La veremos aquí si te sientes más cómoda – sentencia él.




Puesta la película y ya sentados en uno de los sofás, Anne enrosca los brazos alrededor de la cintura de Matt y él la abraza fuertemente, queriendo sentirla muy cerca. Que valga de algo la excusa – se dice.

Cada repullo de la chica saca una risita al rubio, haciendo que ella se enfurruñe levemente.

- Esta peli no me gusta – lloriquea Anne, achuchando con fuerza al chico que, ni mucho menos, tiene intención de quejarse.
- A mí sí… – susurra él. Como para no gustarme – se dice, con la boca de la chica a escasos centímetros, sintiendo un hormigueo en la punta de la lengua, que resiste quieta en su lugar.








A las once y media de la noche, tras haber cenado entre risas, algún beso esporádico y alguna caricia anhelante, Matt sube la escalera con la chica profundamente dormida entre sus brazos, que la sostienen como un tesoro prohibido.

Sube los peldaños muy despacio, cuidando que la chica no despierte. Siente su perfume haciéndole cosquillas en la nariz, su calor traspasando la ropa, su respiración relajándole la mente. Llega hasta el piso de arriba y, como puede, sin encender la luz, posa a la chica en su cama, muy suavemente. Sin querer soltarla.
Se sienta suavemente en el borde del colchón y desliza una mano sobre las sábanas, atrayéndolas hacia arriba, para tapar el cuerpo de Anne.
Le acaricia el pelo delicadamente, apenas sin tocarla, rozando con la yema de sus dedos los cabellos desordenados de la chica. Se agacha para posar sus labios sobre la frente de ella.
- Dulces sueños, preciosa – susurra, muy bajito. Casi inaudible.  

Y, tras observarla dulcemente durante unos minutos, suspira y hace amago de bajar las escaleras.
Pero, en el último instante, justo cuando posa uno de sus pies en el primer escalón, un fugaz pensamiento le ilumina una idea. Por inercia, gira los tobillos, intentando no hacer ruido con los zapatos, y se queda mirando el gran hueco que sobra en la cama. Ella, acurrucada en una esquina, con los brazos en torno a sí misma, con la expresión tranquila, apaciguada. Con los párpados llenos de sueños.
Matt analiza cada detalle de la imagen mientras da pasos, casi de puntillas, hasta rozar la cama con sus piernas. Despacio, se recuesta en la esquina opuesta a la chica, dándole la espalda a ella, tumbado encima de las sábanas. Cierra los ojos y aspira. Huele a ella.

Y así, cuando son las doce de la noche, con las aceras desiertas, con las estrellas reflejadas en el Támesis y con la luna reinando el cielo, ya duermen ambos.

Soñando el uno con el otro, aun teniéndose tan cerca.










A las seis y media de la mañana, en el aeropuerto de Londres, con el sol apenas salido, un chico de ojos verdes coge su maleta y sale en busca de un taxi.




Lejos de allí, una rubia apaga rabiosa el ruidoso despertador que la ha apartado de su sueño. Se despereza, ojerosa y cansada. Abre de un tirón las cortinas y corre al baño, para ahogar sus penas en la bañera.





A unas calles de allí, un chico azabachado toma un cuenco de cereales con leche, mientras retiene entre sus dedos la primera foto que se hicieron. Juntos por y para siempre. Recuerdo esa frase. – se dice, mientras engulle cuchara tras cuchara, dejando una sonrisa oculta tras cereales de chocolate.




El sol atraviesa los ventanales del apartamento del rubio. Matt se despereza mientras sorbe poco a poco una taza de Decaffeinato Intenso, apoyado en la encimera de la cocina.


El rubio avanza escalera arriba con una bandeja bailándole entre los escurridizos dedos, aun húmedos. Atraviesa el oscuro dormitorio y, deslizando con cuidado la cortina, dejando al descubierto la terraza, corre la puerta y sale, viéndose golpeado por una suave brisa mañanera en la cara. Hay una mesa de madera y cristal en medio del lugar, rodeada de sofás, y se acerca para dejar sobre ella la bandeja.
















Vuelve dentro, donde la oscuridad ha dejado de existir. Y observa como Anne está escondida bajo las sábanas, revueltas, desordenadas y tan deliciosamente arrugadas.
Con el pelo revuelto y las pestañas enredadas, con los labios tornados en una gruesa línea. Él sonríe para sí y, con cuidado, se aproxima a la cama. Se sienta cerca de ella y le acaricia la mejilla con los dedos templados, notando el calor que desprende. Saboreando el momento.

Se curva ligeramente, notando la respiración de la chica inundándole el alma. Cierra los ojos y, despacio, posa sus labios bajo el pómulo de ella, dejando que su olor le turbe la mente por unos segundos. Se separa suavemente y la mira, viendo como su pecho sube y baja lentamente, dormida profundamente. Le acaricia el pelo, sintiendo su suavidad en la palma de la mano. Y, vuelve a acercarse a ella. La besa en la nariz.







Anne abre los ojos, de repente.

- Buenos días, princesa – musita Matt, tan dulce que la chica cree seguir en brazos de Morfeo. Pero, cuando él roza sus labios, comprende de pronto que no es un sueño. Porque los sueños no saben a él.






Desayunando bajo el abrazo del astro rey, ambos no pueden estar más sonrientes.

- ¡Te has acordado de mi fruta preferida! – exclama la chica, con la ilusión manchando sus azulados ojos. Él se encoje de hombros, obviando.
- Como si pudiera olvidar algo referente a ti – articula, con los ojos entrecerrados y una sonrisa de lado que va en aumento. Ella se sonroja tenuemente, mientras se lleva una mora a la boca.





A las siete y media, algo pasadas, Anne y Matt se suben en el coche de este, despidiéndose de su primera noche juntos. Que no la última.

- Te dejaré en tu casa para que puedas cambiarte antes de ir al instituto. – dice él, mientras ella asiente mirándole de soslayo, observando las nubes del claro cielo.



Bajo el portal de ella, se besan fugazmente, despidiéndose, tranquilos. Pues saben que volverán a verse. Pronto.

Matt acelera, pensando que, definitivamente, es un asaltacunas.

En unos minutos, ya está en la redacción de Nutz. Hoy tiene dos sesiones de fotos. Cruza el pasillo y abre la puerta de su despacho, y frena en seco, sorprendido. Su hermano Adam está sentado en su escritorio, con una maleta en los pies.
- Hola rubiales – dice el moreno, con una sonrisa socarrona.
Mierda, me había olvidado – piensa Matt, poniendo los ojos en blanco.





Anne corre hacia su clase, con escaso oxígeno en sus pulmones y las piernas apunto de cederle. Consigue entrar antes que el profesor y se sienta en su pupitre. Junto a Ben.
Él se acerca a su oreja y susurra.
- ¿Dónde estuviste ayer? Te llamé a tu casa y no contestaste. – dice. Y Anne siente que le falta el aire.  









Continuará...


Pd. El capítulo es algo corto y he intentado compensar con fotos, ¿se nota? jajajajajajjajaaja

https://www.youtube.com/watch?v=dhE0aC78HtY Esta canción me ha inspirado para escribir algunas partes, escuchadla si quereis :)!!

Ah, otra cosa... (Ahora me pongo seria. No, es broma jajajaja).
En la primera entrada dije que no me importaría tener un simple comentario, porque no esperaba que mi historia gustase y pensaba que tendría pocas visitas. Pero eso es una cosa, y otra es tener muchas visitas y tan pocos comentarios. A ver, quiero que la gente que lee (independientemente de si le gusta o no) me dé su opinión. No tiene que ser un comentario enorme, solo sincero.
Espero que esas personas que se mantienen en las sombras (si te das por aludido sabes que es verdad :3) hagan acto de presencia, ya que me subirá la moral y tendreis capítulo antes :P jajajaj

Y, muchísimas gracias a los que comentan. De corazón, un fantasma de algodón ^^





























miércoles, 9 de enero de 2013

Capítulo 6



Nadie la había obligado. Ella solita se lo había buscado metiéndose en la boca del lobo, tentando al can con su mera presencia y su atrayente aroma, dejando al descubierto su tendencia a la imprudencia, que tan alto precio le iba a costar.





Se sentía extraña, con una agria mezcla de sentimientos anudándosele en la garganta, que le impedía respirar.
Se merecía la opresión que tenía sobre su pecho, de puro arrepentimiento. Se sentía asqueada de sí misma, llena de una desazón terriblemente honda que quizás se iría con la confesión de lo callado.

No debió fingir ir al baño. Tampoco cruzar el sombrío pasillo. Ni derretirse en su boca como hielo al sol. Y mucho menos volar de placer entre aquellos brazos que, sin duda alguna, estrangulaban su cordura.


Pero que no debiera hacerlo, no significa que no lo volviera a hacer.

Había disfrutado tanto que se sentía sucia, manchada del pecado de su boca. Si cerraba los ojos, aun podía sentir el hormigueo en los labios, el sabor a café italiano. El tacto de su húmeda lengua, que tan rabiosa se enzarzaba con la suya en una tentadora danza. La danza de la perdición.

Tenía su olor anclado en la mente. No sabía qué perfume era, pero desprendía un aire atrevido, misterioso, cautivador y sumamente dulce. Sensual, refinado. Peligrosamente embaucador. Quizás algo fuerte. Olía a hombre.
Le encantaba. Y le aturdía de una manera cruelmente deliciosa.

Tenía el corazón cohibido por la razón. Y la razón cegada por el corazón.
Maravillosamente absurdo.

Sentía punzadas en el lado izquierdo del pecho, reprimía lágrimas y sollozos, aparcándolos en lo más oculto de su ser.

Anne Gordon sale de la cafetería donde, en la penumbra de una pasión oculta y prohibida, lejos de las razones del corazón y de la pureza de su alma, había sido infiel por primera vez.

Y tal vez no la última…


Bajo un manto de estrellas ocultas por la polución, se enfrenta a unos ojos azulones que la miran con algo de recelo.
Y llora sin lágrimas, suplicando un perdón silencioso que hace eco en su interior, cuando Ben la besa en los labios.










Matt vuelve hacia la mesa, donde una rubia lo mira con la duda asaltándole los castaños ojos.

Las palabras se le amontonan en la mente haciendo nudos con los sentimientos que, bañados en un mar de compasión, calman por un momento para dejar paso a la tranquilidad de la sucumbida prohibición.

La sonrisa en su faz parece irrebatible, clavada. Se siente pleno, indiscutiblemente realizado y saciado de tentación.

Porque caer en ella es peligrosamente placentero. Puede parecer áspera e hiriente, quemando con su solo pensar. Álgida y pétrea, arañando cada vestigio de su cálida y tímida suavidad. Vestida de cruda y amarga, sin dejar de ver su dulzura real. Una laxa línea entre placer y tortura.
Increíble.


Tenía la camisa impregnada con su aroma. Inocente y atrevido. Ácido y dulce. Una mezcla de opuestos, como el fuego helado de sus ojos al mirarla.










Rozando la madrugada, Rachel se separa de Matt oprimiendo un intenso gemido, ahogándolo en un colérico beso, estrangulándolo con la lengua del rubio, dejándose sin aliento el uno al otro.
Jamás lo habían hecho de esa manera. Tan salvajemente tórrido. Tan delicadamente suave. Tan antítesis.
Siente tal felicidad que podría vivir eternamente aquel momento.
Encima de Matt, sintiendo la caricia del rubio en su espalda, aspirando la fragancia del amor, creído correspondido. El contacto de sus senos desnudos contra su pecho, el calor que desprende su bajo vientre…


Pero, de repente, al chico le cambia la expresión de la cara, tornándose sombría y algo fría. Se despega de ella con revelada prisa, levantándose de la cama, dejando las sábanas arrugadas y llenas de pasión. Comienza a ponerse la ropa que, a manos de la rubia, había sido arrancada.
Rachel arruga las cejas y lo mira, sin molestarse en tapar su desnudez. La confusión se palpa en el mohín de sus labios.

Él termina de vestirse colocándose la camisa roja, con los botones desordenados. La rubia no mueve el cuerpo, pero sus ojos no pierden detalle de los movimientos del chico. Matt se vuelve hacia ella con el abrigo en la mano y la mirada rehuida.

- Me voy a casa – dice, lejos de un tono amoroso, con la indiferencia haciéndose paso en su voz. No pretende hacerle daño, solo necesita descansar en su propia cama. Solo, él y sus recuerdos. Con ella…












El horizonte se ve iluminado por los primeros rayos de sol y la oscuridad de la noche cae, llevándose las estrellas.
La temperatura ha aumentado varios grados debido a una masa de aire caliente, llevándose cualquier huella de nieve que pudiera quedar en Londres.


Matt se despierta sobresaltado por el tono de su móvil. Gruñón, con los párpados casi cerrados y las pestañas algo enredadas, busca el teléfono a tientas por la oscuridad de la habitación. No consigue encontrarlo y, refunfuñando y maldiciendo por lo bajo, se levanta y enciende la luz, dándole un porrazo al interruptor.
Y entonces lo ve, en la mesita de noche. Burlonamente cerca de la cama. El chico resopla y lo coge, mirando la pantalla con los ojos achinados. Dos sms.

“Matt, cielo, anoche te fuiste tan rápido que no pude ni darte un beso de despedida. Necesito verte, quiero abrazarte. ¿Podemos vernos hoy?  Rachel.”

El rubio bufa. Debería dejar de verla por un tiempo, dejarle espacio para que no se haga tantas ilusiones. Quizás contarle que anoche pensaba en otra, mientras la hacía mía.
Decide contestar el sms brevemente, lleno de mensajes entre líneas.

“Rubita, hoy no puedo. Tengo un compromiso. Ya nos veremos por la revista.”

Y Rachel nota como un puñal se le clava en el corazón, rasgándole cada capa de su tersa epidermis, llegándole hasta la profundidad del ánima.
Hay otra…
- se dice pesarosamente, con las
pestañas salpicadas de gotas cristalinas, como rocío sobre briznas de hierba al amanecer. – Y no sé de qué te extrañas, como si no conocieras al rubio más mujeriego de Nutz… - y deja resbalar el móvil sobre la cama, tan vacía ya…


Matt chasquea la lengua, mirando el mensaje siguiente. Lo lee por encima y se ve interrumpido por un bostezo. Tiene que volver a leerlo.

“Rubiales, pasado mañana llego de Berlín y aun no tengo piso. ¿Me dejas acoplarme verdad, hermanito? Adam”
 

Matt entrecierra los ojos mirando el Smartphone, con malicia. Lo lanza sobre el mullido colchón y susurra un “¿Y qué más?”.  Va hacia la cocina, dispuesto a desayunar un cuenco de fresas, dulces y coloradas como sus labios.

Su hermano, Adam Williams, es un modelo de veintiún años.
Él, prácticamente sin estudios, había triunfado más que Matt, con su carrera y sus másteres y su trabajo duro.
Físicamente son totalmente contrarios. Matt, rubio y de ojos oscuros. Adam, moreno y de ojos verdes. Aunque el atractivo en ambos es bastante notorio.
Y, de carácter, son prácticamente iguales: ligones y seductores, firmes en sus decisiones y fijaciones. Huesos duros de roer.


Matt no puede parar de pensar en la cita de esa tarde. ¿La besa en la mejilla y omite lo del día anterior? O quizás, ¿la besa directamente?
Con esa encrucijada, se introduce bajo el agua de la ducha, dejando aguadas las preguntas.









Anne abre bruscamente su armario y se cruza de brazos frente a él, con un gesto obstinado. ¿Qué me pongo? ¿Formal o informal? ¿Pantalón o falda? ¿Vestido, blusa quizás? ¿Llamativa o neutra? Esto es lo malo de tener tantísimas opciones…
Sólo son las una de la tarde, y aun faltan tres horas para la cita. Pero se conoce, y sabe que eso va a llevar su tiempo.

Se sienta en la cama, comiéndose un sándwich de pavo, con el guardarropa aun abierto y Fifí ronroneándole en el regazo.
Resopla varias veces y, finalmente, decide fisgonear algún blog de moda.










A las cuatro menos diez, Matt aparece en el parque de las rosas, con el temor de que la adolescente no aparezca. Da una vuelta sobre sí mismo y examina curioso el lugar, medio cegado por el sol. El lugar está vacío.

Se acerca a un banco, bajo la sombra de un árbol con flores rosadas. Se sienta, esperando, cavilando. Cruza las piernas masculinamente y mira la hora con exasperación. Menos cinco.
Justo cuando la aguja del reloj roza lo pactado, una silueta femenina aparece en el lugar, seguida fielmente de su sombra.
Lleva un jersey color mostaza, que deja ver una tira de sujetador blanco.
Sus delicadas piernas están rodeadas por unos vaqueros claros, que terminan en unas Converse de un sutil estampado de leopardo.



Anne se acerca despacio hasta el banco en el que se encuentra el rubio, observándolo íntegramente, desde el más insignificante mechón de pelo hasta la tensión de los músculos de sus manos.

Lleva una sudadera negra, sin cremallera. Unos pantalones claros, muy pegados a sus musculosas piernas. Y unas zapatillas Louis Vuitton de un color oscuro, casi negro.

Se levanta despacio, cauteloso. Como si fuera un depredador que no quiere asustar a su presa. La chica sonríe tímida y nerviosa, acordándose de Ben por momentos y sintiendo que no debería estar ahí.
Matt se quita las gafas de sol con un gesto algo soberbio. Ella intenta retener en su altura sus traviesas cejas. Anne se acerca despacio, apoyando los pies firmemente en el suelo.
A menos de diez centímetros de él, se detiene y lo mira con ingenuidad. Se pone de puntillas con la intención de darle un inocente beso en su mejilla. Él colabora curvándose un poco hacia delante. Anne coloca una mano sobre el pecho del rubio y se estira, depositando delicadamente sus labios bajo el pómulo de este, que se estremece de ternura. La chica separa sus suaves labios e inesperadamente, Matt le gira el rostro y junta sus bocas, presas del anhelo.
Le acaricia los labios con los suyos, delicadamente. Sólo es eso, un simple roce. Inocente, tierno, cálido. Él pone fin al dulce beso, muy, muy despacio. Desliza sus brazos bajo los de la chica, aupándola un poco, fundiéndose en un abrazo. Hunde la cara en el hueco del cuello de la chica, dejándose embelesar por su fresco aroma. Y no se puede creer el cosquilleo que comienza en su estómago, como crueles caricias.
Anne disfruta del contacto con los ojos apretados y la boca torcida en una sonrisa. El rubio estrecha los brazos en torno a la chica, a la que le cuesta respirar por la incómoda postura – de puntillas y media alzada por él -.

Se deshacen del abrazo, tras largo rato. Ella, con las mejillas rojas. Él, con los ojos brillantes. Matt acaricia las manos de la chica y las apresa entre las suyas, como zarpas de lobo. Caminan hasta el banco y se sientan, con los cuerpos pegados, sin soltarse. Como si fueran sólo uno.
Él carraspea y habla con la voz enronquecida.
- ¿Cuánto llevas con tu novio? – interpela, con una huella de celos en la mirada. Anne se ve aturdida por un segundo y parpadea varias veces, mirando al rubio con desconcierto. Se humedece los labios, nerviosa y suspira, retirando la mirada sutilmente.
- Más de tres años – susurra. Él lloriquea internamente y afirma, con la mirada baja. Joder. – ¿Y… - comienza la chica, alzando la voz – tú con la rubia? La de la cafetería, digo. – Matt la mira intensamente a los ojos, perforándole la mirada con un rasgo de ira oculto.
- No es mi novia – dice, arrastrando las sílabas, sin dejar de calar hondo sus ojos negros. Odiando que lo hubiera visto con Rachel.
Anne arruga el ceño y mueve la cabeza arriba y abajo, dándose por enterada.

Matt tiene demasiadas sensaciones en la boca del estómago y se pregunta por qué. ¿No me estaré enamorando, no?
Se siente observado por los ojos curiosos de la chica.

- ¿Sabes? – dice el rubio, con la mirada y la voz llena de un humor que se nota amargo. – Quizás no debí acercarme a ti el otro día, en la nieve. Anne se crispa y él nota como se pone nerviosa bruscamente, con sus manos rígidas en las suyas. El chico habla rápidamente. – Quiero decir, esto no está bien.
La chica intenta relajar sus músculos y, retirando las manos de las de él, cruzándose de brazos, habla.
- ¿Por qué? – dice simple y llanamente. Levemente enfadada, queriendo saber sus motivos.
Los de ella estaban claros: Ben.
El rubio se toma su tiempo para pensar, analizando la expresión de la chica y buscando la manera de responderle.     
- Bueno, ya sabes, para mí eres una niña. – dice, ligeramente ruborizado por el recuerdo del oscuro pasillo. Porque ahí no la trató como a una niña.
- Pues ayer no me lo diste a entender – contesta Anne, enfadada. Tiene el ceño muy fruncido por la impotencia. ¿De veras esa es su razón? – piensa, indignada. Él busca una respuesta convincente, lejos de la realidad. Debería decirle que me da igual que tenga diecisiete años, que me ha hecho sentir como ninguna mujer mucho mayor. Que ayer la besé porque no aguantaba más la incertidumbre de a qué sabía, de qué se sentía al tenerla entre mis brazos. Que no puedo soportar que me esté volviendo loco con su dulce sonrisa. Que siento cosas que jamás he sentido, cosquilleos y hormigueos en el pecho. La respiración agitada por su presencia, el corazón acelerado por su aroma.
El chico nota a la adolescente revolviéndose, harta de la espera. Él habla, viéndose por perdido.
- Lo sé. Sé que ayer la situación se me fue de las manos. Sé que casi no nos conocemos… – Matt duda de sus palabras y, casi sin pensarlo, lo suelta – pero me gustas mucho -¿Que te gusta? Oh, vamos, no seas mediocre. – Sí, sé que es una completa locura. Pero, ¿de locos se alimenta el amor, no?

Anne nota una sensación placentera en el pecho. Ilusión. Le mira con los ojos muy abiertos, llenos de un destello azulado, sintiéndose pequeña en el mundo.

- Bueno – susurra ella, con la indecisión saliendo de su boca– puede que tengas razón. – Y él asiente.




Pasan la tarde hablando de mil y una cosas. De sueños por cumplir. De la música que les gusta. Del sabor del helado que piden siempre. De sus manías, tan absurdas y encantadoras…

- ¿En serio te gustan las películas de terror? – pregunta Anne, con la expresión ahogada.
- Por supuesto, son mis favoritas. – contesta él, divertido por la cara de la chica. - ¿No te gustan?
- Claro que no, me dan miedo. Me angustian – dice, encogiéndose. Él la mira con los ojos rebosando afecto. Con ganas de abrazarla y protegerla, de acunarla eternamente entre sus brazos.




A las seis de la tarde, con el sol ya ido, una traviesa idea aparece en la cabeza del rubio.
- ¿Quieres que vayamos a ver una película de terror a mi casa? – pregunta, riéndose. Le acaricia la mejilla a la chica, que lo mira dudosa. – Quizás, abrazada a mí no te da tanto miedo.
Anne hace un ademán de negación, pero un rayo de insensatez la atraviesa. Y accede.


Entrando de lleno en la guarida del lobo…


















Continuará...







Pd. ¡¡Hola!! ^^ Muchísimas gracias por los comentarios, en serio, todo es poco para demostraros lo que me alegra que os guste la historia.

En este capítulo se ve como, tras ese primer encuentro, Anne se siente mal por haber engañado al bueno de Ben que, encima, le ha regalado entradas para el concierto de TH. Matt está feliz porque deseaba besarla desde el día en que la vio por primera vez y, aunque le cuesta admitirlo, ha jugado con Rachel y le ha roto el corazón. Y quizás se arrepienta de ello más adelante. Ha dado señales de vida un nuevo personaje: Adam, el hermano pequeño del rubio, que dará mucho juego en la historia.





Gracias por comentar, besos enormes :3

sábado, 5 de enero de 2013

Capítulo 5

 

 
Anne despierta muy entrada la mañana. Abre los ojos lentamente y pestañea un par de veces, viéndose deslumbrada por la brillante luz que se cuela por el hueco de las cortinas a medio cerrar. Se estiraza como un gato, con los músculos aun dormidos. Nota una quemazón en la entrepierna e instintivamente se lleva una mano ahí. Se muerde los labios, recordando. Palpa la abandonada sábana y encuentra una nota pulcramente doblada sobre la almohada.


“Te veías tan adorable que no he podido despertarte. He ido a hacer unas compras, luego te llamo. Te quiero. Ben”

La chica sonríe ampliamente, rememorando cada detalle de lo sucedido esa noche. Las caricias, los susurros. Los gritos ahogados por gemidos. Los besos, pasionales, violentos. Con vehemencia. Un calor demasiado humano. Los músculos de Ben tensándose a su alrededor. Las miradas furibundas. El sudor que le recorría la espalda. Los dedos entrelazados. Lenguas desatadas. Olor a Hugo Boss. Y un culmino final, dejando congelado el instante en el que ambos acarician con la punta de sus dedos un clímax ansiado.
No había sido completamente dueña de sus actos, pero en el fondo era lo que había querido. Y ahora se sentía tan mujer… Una sensación plena la recorría desde la punta de los pies, pasando por todo su cuerpo. Había sentido por primera vez el placer más animal. Y lo había disfrutado con la persona correcta, como siempre había pensado que lo haría.
Definitivamente, no iba a dejar a Ben.

Tras darse una ducha, se siente despejada y con energía. Se coloca un albornoz de algodón alrededor de su mojado cuerpo y enrosca su melena en una toalla. Con zapatillas de peluche, avanza hasta la cocina, donde coge un tazón de cereales para desayunar frente a la televisión. Un minino se le enreda en los tobillos, proporcionándole un suave calor que la reconforta. Cree desfallecer cuando, cambiando de canal, descubre una entrevista a su grupo favorito. Se acomoda en el sofá, dejando el tazón ya vacío sobre la mesa, y acurruca a Fifí entre sus brazos.
Tokio hotel anuncia un nuevo concierto en Londres. Rauda y veloz, con zancadas impropias, corre en busca de su portátil y abre Google con una bocanada de aire entrando a sus pulmones. Teclea rápidamente y su intención se ve truncada por la desilusión de las palabras remarcadas en rojo. Su sonrisa desaparece, dejando un rastro de ínfima felicidad. Entradas agotadas. Suspira, resignada y ofuscada. Me habría gustado ir.




Un despeinado Matt se despereza delante de una taza de humeante café. Trata de estirazarse, reprimiendo un bostezo, mientras hace crujir sus entumecidos brazos. Rachel entra en su despacho y le rodea los hombros, besándolo sonoramente en la mejilla. El rubio sonríe muy levemente, sin mirarla. Ella le coloca cada mechón de su liso pelo fuera del alcance de sus ojos, reordenándole el flequillo.
A pesar de que han dormido juntos, le echaba de menos. Para ella, es como una droga humana e insana. Le atrae con su aroma y su sabor le incita a seguir probándolo.
Y es insaciable.
Aunque no está segura de que para él no significa lo mismo, lo puede imaginar por muchos detalles. Por ejemplo, cuando ella le coge la mano y él se deshace disimuladamente de ella. O cuando le besa dulcemente y él no corresponde igual. Será cuestión de tiempo. – se dice Rachel, con un halo de esperanza reflejado en el iris.


A las tres de la tarde, los dos rubios salen de trabajar. Ella lo agarra del brazo, cariñosamente. Él, distraído, la deja hacer a su antojo. Van a comer juntos.

A pesar de que hace un frío que hiela los huesos, el sol brilla fuertemente en lo alto del cielo de Londres. Se puede sentir el siseo del viento en el cabello de Rachel. Matt se pone unas gafas de sol tras rodearse el cuello con una mullida bufanda negra. Lleva un abrigo gris con botones y detalles en negro. Una camisa roja de un tejido suave, un pantalón oscuro muy ceñido y unas Adidas negras de estilo retro. Sencillo y cómodo, pero a la vez elegante.
Ella viste una camisa de seda blanca, cuidadosamente metida bajo una falda de tubo borgoña, a juego con sus labios y uñas. Medias negras, semitransparente, con topos más opacos. Unos Manolos negros. Una chupa de cuero negro se le ajusta a la cintura, resaltando cada curva de su cuerpo modélico. Y, como no, un bolso de Prada.

Suben al coche de Matt, debatiendo sobre el lugar en el que almorzarán. Ella quiere comer en un restaurante de comida hindú, junto al Támesis. Él quiere ir a un lugar alejado de la ciudad, cerca de la montaña, donde sirven platos minimalistas.

Después de discutir diez minutos, gana Matt.

Ahora, en el deportivo, se respira un ambiente cálido gracias a la calefacción. El paisaje no tarda en tornarse verde. Los cristales se empañan por el frío contrastando con la temperatura del interior. Rachel se pelea con los mandos de la radio, buscando una emisora decente. Él no aparta la mirada de la carretera, aunque le dedica a la rubia una que otra mirada de reojo. En su mente aparece de tanto en tanto el rostro de Anne. Me gustaría volver a verla… - piensa, lamentándose de no haberle pedido el teléfono. Le gustaría tan solo hablar con ella, escuchar su voz de aniñada mujer. Volver a ver esa tímida sonrisa, esas mejillas arreboladas. Sus ojos azulados…
La voz de Rachel lo saca de su ensimismamiento, preguntando si queda mucho. El rubio la mira de soslayo y levanta una ceja.
- No, ya estamos llegando. – contesta, simple. La rubia deja escapar aire entre sus labios y cruza las piernas, aburrida. La montaña se deja ver a lo lejos, tras infinidad de árboles que crean una escala de tonos verdes. En un movimiento brusco, Matt gira el volante y se desvía de la carretera principal, avanzando por un camino terroso y muy cerrado, escoltado por árboles espesos que no dejan pasar apenas rayos de luz. Rachel se mueve inquieta, mirando hacia todos lados. – Tranquila, está al final de este camino – le dice Matt, arrastrando las sílabas con voz suave. Ella asiente, con la boca apretada.









Anne está camino del centro de la ciudad, con su grupo de amigos.
El brazo de Ben le rodea los hombros. Él luce una sonrisa reluciente, de oreja a oreja. Bianca, la mejor amiga de Anne, va de la mano de su novio John. Luego están Max y Sarah, que han comenzado a salir hace poco. También van Carles, Vicky y Richard, encabezando el grupo. Se dirigen hacia una nueva cafetería que abrieron hace unos días y, debido a la semana de inauguración, hay batidos a mitad de precio.
No tardan mucho en llegar, pero el lugar está de bote en bote. Demasiada gente para esas dimensiones. Intentan escurrirse entre las personas que se encuentran y, tras varios intentos, empujones y codazos, logran sentarse en una mesa del fondo del local, donde el ambiente está caldeado y lleno de mezclas de perfumes.
Una camarera vestida de negro les atiende en seguida. Les tiende varias cartas de batidos y se disculpa con una sonrisa, desapareciendo entre la multitud.
Anne se decide por uno de vainilla y chocolate blanco con canela espolvoreada. Ben se debate entre uno de chocolate con menta y otro con plátano. Bianca, Sarah y Richard quieren uno de yogurt helado con fresa y mora. John busca uno de almendras dulces mientras que Carles y Max piden uno de café con un toque de galleta. Vicky quiere uno de cítricos.
La tarde transcurre amena y divertida, aunque el ambiente sea agobiante.
Ben quiere hablar con su chica a solas y titubea varias veces antes de pedírselo. Le coge la mano bajo la mesa y la atrae suavemente hacia él. Acerca su boca a la oreja de la chica y susurra.
- Ven un momento fuera – le pide suavemente. Anne le mira con las cejas altas – Tengo algo para ti.





Bastante lejos de allí, cerca de una montaña, dos rubios entran en un restaurante oscuro, con pocas ventanas. La pared es de ladrillo visto algo desgastado, adornada con cuadros modernos. Hay lámparas vintage repartidas por todos lados, proporcionando la única luz del establecimiento, pues por el poco número de ventanas no se cuela ni un ápice de luz.
Al fondo hay una barra de madera con la superficie de mármol negro, rodeada de taburetes con cojines de cuero. Justo en medio del restaurante se corre una hilera de plantas exóticas que desprenden un aroma embriagador y afrodisíaco.




Matt y Rachel se sientan uno frente al otro en dos sillones de piel, separados por una mesa de metacrilato negra. Un maître se les acerca con dos cartas, hechas de un pulcro tejido, y ambos cogen una. Las abren y la rubia mira al chico con gesto pícaro.

- Este sitio me encanta – le dice lentamente, disfrutando de sus palabras. Le coge la mano a Matt y la acaricia con la yema de sus largos y finos dedos, haciéndole leves cosquillas que él trata de contener. El rubio asiente sonriente y retira la mano, pasando las hojas de la carta en busca de algo nuevo que probar. Ella le imita, dejando escapar un pequeño suspiro.


- Tomaremos Bocaditos de berenjena y queso con vinagreta de miel, Lágrimas de pollo a la plancha con crema fría de aguacate y Anchoas en cama de hojaldre con cebolla caramelizada y escamas de sal al limón. De beber tomaremos un Chacra 55 Pinot Noir. Y, de postre, Mousse de chocolate negro con ralladura de pistachos - el maître lo anota todo mientras asiente y se retira, dejando solos a los rubios. Él se acomoda en el sillón mientras que ella se atusa el pelo.
- Esto me va a costar horas de gimnasio – dice Rachel mordiéndose los labios, divertida.





Ben arrastra a su chica fuera de la cafetería. Ella tiene la curiosidad marcada en la cara. Son las seis y el atardecer ya es un hecho. El tímido viento acaricia el pelo de Anne, erizándole la piel del cuello. El sol se desdibuja en el horizonte y la luz se torna vanidosa, como herida por la luna.
Ben atraviesa los azules ojos de su chica, con la dulzura de un amor adolescente que late fuerte en su interior. Su corazón parece un corcel desbocado. Se acerca a ella, despacio, midiendo el tiempo en segundos. Le rodea la cintura con sus fuertes brazos, aferrándola a su cuerpo, formando solo uno. Ella lleva sus frías manos al rostro del moreno, que cierra los ojos para disfrutar aun más la caricia. Ambos dejan escapar una risa tímida y se funden en un beso hondo, con el que vuelan entre anhelos. Sus alientos se mezclan y sus lenguas irradian fuego, como si sus bocas fueran el averno.









Los pulmones aclaman oxígeno y es lo que los separa. Sus labios, del color de la sangre, dibujan una sonrisa al unísono. Ben se lleva una mano al bolsillo y saca un sobre blanco. Ella frunce el ceño e inquiere con su mirada azulada al azabachado chico, que sonríe con rubor en las mejillas. Le tiende el pálido sobre y Anne lo abre con cuidado, asomándose a su interior.




 



El coche de Matt ya pisa el asfalto del centro de la ciudad de Londres. Recorre las calles iluminadas por algunas farolas mientras que Rachel tararea una canción que le resulta familiar. Han creado un ambiente muy íntimo mientras almorzaban y la rubia está extremadamente satisfecha.
- Matt, me apetece un café, ¿por qué no vamos a la cafetería del otro día? – propone Rachel, mirándolo de lado. El rubio encoge los hombros. No quiere separarse de él por nada del mundo.
- Claro, ¿por qué no? – contesta. No puede evitar pensar en lo ocurrido ese día y, como algo inevitable, Anne aparece en su mente con una brillante sonrisa.





Ben está inmovilizado por el fuerte abrazo de su chica, que tiene sus brazos rodeándole el tórax y que no puede parar de darle las gracias.
- Ben, en serio, ¡¡gracias!! – dice, mientras besuquea la mejilla del chico y da diminutos saltos. Se separa de él y mira de nuevo el contenido del sobre. Dos entradas para el concierto de Tokio Hotel de la semana que viene, ¡¡no me lo puedo creer!! – Quizás deberíamos entrar dentro, nos estarán echando de menos.
- Sí, tienes razón – contesta el chico que, rodeando la cintura de Anne, abre la puerta de la cafetería para verse golpeado por el cálido aire de dentro.





Cuando Matt consigue estacionar su coche en un aparcamiento decente, cruza la calle con Rachel cogida de la mano para entrar en la cafetería abarrotada de gente. Al entrar buscan con la mirada una mesa de dos y se aproximan a ella. Piden dos cafés italianos y se acomodan en las sillas de madera, dejando los abrigos colgados de sus respaldos.






Anne y sus amigos luchan por llamar la atención de una de las camareras, para pagar la cuenta. Han decidido ir a casa de Ben para ver una película.

Después de mucho rato, una joven camarera se digna a aparecer por allí. Alguno de los chicos insiste en invitar a sus novias que, testarudas, no dan su brazo a torcer. Se ponen los abrigos y dejan libre la mesa, que es avasallada por un grupo de gente. Avanzan como pueden entre la muchedumbre y, en el instante en el que gira su cabeza, lo ve. Anne se paraliza, creyendo congelados sus músculos. Está a un metro de ella, junto a una chica que cree reconocer. Matt también nota su presencia e intenta rehuir las manos de su acompañante mientras los ojos le brillan.
- ¿Por qué te paras? – pregunta Ben. Ella abre la boca pero no dice nada. El rubio se levanta de su asiento y avanza hasta el fondo del restaurante, donde se encuentran los servicios y, antes de girar hacia el pasillo de la derecha, le dedica a Anne una mirada de situación.
- Necesito ir al baño, espérame fuera – dice, sin más. Ben asiente y ella aparta la gente que hay a su paso, llegando hasta el fondo. Atraviesa el pasillo de los servicios y lo ve. Ahí, apoyado en la pared, con los ojos oscuros atravesándola. Se le tensa el cuerpo y se queda anclada en mitad del corredor, con la cabeza dándole vueltas. El rubio, que tiene las manos metidas en los bolsillos, no se mueve ni un ápice. Anne titubea, con la cara ardiendo. Da pequeños pasos hasta colocarse a medio metro del atractivo chico. Él reacciona y se pone recto, sacándole un palmo a la chica, que tiembla nerviosa. Las ideas se le turban en la mente y las palabras se le atoran en la garganta, dejándolo mudo. Es ella la que saca fuerzas para hablar.
- Nos volvemos a ver, eh – dice, casi sin mirarle. Nota los labios observados, le pican. Intenta no humedecérselos con la lengua pero termina haciéndolo, dejando a Matt un poco ido. Él asiente sin dejar de mirarle la boca y ella no sabe dónde meterse. - ¿Qué tal? – articula, queriendo oír de una vez la ronca voz del rubio.
- Ahora, muy bien – responde seco, poniéndose peligrosamente cerca de ella. Anne traga saliva sin apartar la mirada de los ojos oscuros y penetrantes que tan cerca tiene.
Retrocede lentamente, intimidada. Nota la pared en su espalda y se muerde los labios. Él la acorrala muy despacio, saboreando el dulce momento, disfrutando el aroma de la chica. Quiere sentirla con todos los sentidos. Da pasos firmes hasta acortar la poca distancia que los separa. Apoya las manos en la pared, dejando a la chica atrapada entre sus brazos, que lo mira desde abajo con ojos bañados en capricho. Su mente suplica parar pero no está dispuesto a escucharla, por nada del mundo. Acaricia con la nariz el suave rostro de la chica, dibujando círculos de deseo. Una llama se enciende en su pecho, quemándolo desde dentro. Ella tiene los ojos cerrados y suspira muy despacio, conteniendo las ganas. Coloca sus manos en la cintura del chico y hunde sus dedos en ella, atrayéndolo aun más hacia si, aplastando sus pechos con su cuerpo y sintiendo el latido de su corazón. Las piernas le flaquean cuando nota el aliento del rubio en el cuello. Respira hondo y el perfume del chico la inunda, haciéndosele insoportable la espera. Quiere hacer suyo cada detalle del momento.
Matt separa un poco su cabeza y la observa. Preciosa. – es lo único que se le viene a la mente. Y, por fin, como si se hubiera tratado de una larga eternidad, junta sus bocas acallando el fuerte deseo que estas gritaban.
Al principio solo une sus labios contra los de ella. Los acaricia con los suyos, delicada y dulcemente. Es un roce tan placentero que irán al infierno. Anne abre su boca, dejando paso a la traviesa lengua de Matt, que recorre cada hueco de ella. Es un desenfreno imparable. Acabarán comiéndose el uno al otro. Él lleva sus manos hacia su trasero y la alza levemente. Ella no puede evitar soltar un gemido que hace que el chico enloquezca hasta límites exagerados. Anne enreda sus manos en el rubio pelo del chico. Sus bocas se encuentran en un salvaje juego que los llevará a la perdición de seguir así. Por un momento, el rostro de Ben aparece en la cabeza de la chica, haciéndola parar bruscamente. Matt parpadea con la boca aun abierta. Ella se separa suavemente.
- Tengo que irme, mi novio me está esperando fuera – dice, con la respiración agitada. Él intenta recobrar la compostura, recordando dónde se encuentra. Asiente sin dejar de mirarla a los ojos.
- Está bien, pero está vez no me voy sin estar seguro de que volveré a verte. Te espero mañana a las cuatro en el parque de las rosas. No me falles.




















Y, tras ese encuentro entre las sombras, ambos vuelven con sus acompañantes.
Sin poder dejar de pensar en lo ocurrido.















Continuará….





Pd: Y por Reyes os subo este pedazo de capítulo que, sin duda, es mi favorito hasta la fecha <3!!!
Espero, con toooooodo mi corazón, que os guste tanto como a mí :)!!


 

jueves, 3 de enero de 2013

Capítulo 4



 
 
Son las nueve de la noche de un domingo cualquiera. Las calles se vacían y las farolas se iluminan con centelleantes parpadeos de luces amarillas. Una densa niebla se dispersa por la ciudad a la par que la temperatura baja considerablemente y el ambiente se hiela.







Anne cae rendida en el sofá, y se abraza a sí misma. Está muy cansada. Siente la sangre bombeando en sus sienes. Aun puede notar la dulce lengua de Ben recorriendo su boca. Se estremece.

Un rubio aparece en su mente. El recuerdo de Matt viene acompañado de un escalofrío. Con los párpados unidos, suspira. La ternura que le proporciona su pensamiento la aterra levemente.

Una corriente de aire entra por una rendija del balcón y la hace tiritar violentamente. Fifí ronronea desde la oscuridad del pasillo, llamando la atención de la chica. Anne cierra la cristalera de la terraza y coge entre sus brazos al pequeño felino, que maúlla lastimeramente.







- Tú también necesitas un trago de leche caliente, ¿verdad?






En casa de un alicaído rubio, reina la oscuridad y el silencio sepulcral. Está tirado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared. Una copa de vino en la mano y la mirada apagada. Jamás se había confundido tanto. Siempre sabía lo que quería y qué tenía que hacer para conseguirlo. Y ahora la cosa era tan diferente…


¿Tan seguro estás de que ella se siente igual que tú? No, no lo estoy en absoluto.
¿Y que no se habría apartado de tus labios? Para nada.
¿Crees de veras que esa niña estaría contigo? No lo creo.
¿Estarías dispuesto a cometer esa locura sólo porque te has encoñado? Puede que lo hiciese.
¿Realmente eres así de vulnerable? Sí, quizás lo sea.
¿Vas a permitir que ella tome el control de tu ser? A lo mejor ya lo ha hecho.
¿No vas a hacer nada al respecto? Y qué puedo hacer…



En el lamento de su sombría soledad y su tácita embriaguez, Matt cierra los ojos para correr a los brazos de un sueño que le permitirá alejarse de todo su tormento. Pero no de ella, pues Anne aparecerá en cada uno de sus sueños hasta el día en que deje de soñar…










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Un frío húmedo se apodera del lugar. Los árboles danzan con el álgido murmullo del viento. Una gran nube grisácea va tomando cuerpo sobre Londres.

 Anne canta una de sus canciones favoritas, de su grupo fetiche.
 Del disco firmado hace unos días.
 Best of – By your side, Tokio hotel.

Se encuentra en su cama, tumbada con los pies en la pared. Los mueve siguiendo la música mientras acaricia las hojas de un libro al que no presta atención. Es viernes. A penas son las cinco. Y nieva, nuevamente. Fifí juega con los pequeños copos que caen en la terraza, que cuajan casi en el instante. Se respira una fría tranquilidad en casa de la chica. Hasta que suena el teléfono, que brama estridentemente rompiendo el silencio, con crueldad. Anne sale corriendo en su busca y lo coge cuando están a punto de colgar.

- ¿Dígame? – dice con la voz seca por la carrera. Al otro lado de la línea se oye una respiración entrecortada.
- Cielo, soy yo. – contesta un acalorado Ben. Acaba de terminar el entrenamiento de fútbol y no ha parado de pensar en su chica. - ¿Tienes algo que hacer ahora?

Anne ha vuelto a quitarse de la cabeza la idea de dejarle. También parece que el rubio ha desaparecido de su mente, disipando la confusión que con él traía.
Parece.
 
- Pues la verdad es que no estaba haciendo nada productivo… ¿Por? – el moreno carraspea nervioso y las ideas se le atragantan. Anne espera con serenidad una respuesta de su chico, que busca las palabras acertadas.
- ¿Qué te parece si voy a verte a tu casa? – suelta, tras casi un minuto. El silencio atraviesa la línea y las comisuras del chico se tuercen hacia abajo, con poca esperanza. Anne se toma su tiempo para contestar, al igual que él. No sabe realmente si quiere que vaya… Estar tan solos siempre la ha puesto nerviosa. Y la sensación de inseguridad la odia. Pero no quiere herir sus sentimientos. Tampoco le apetece buscar una excusa, ya es demasiado tarde.
- Vale, te espero en una hora – dice, neutra y distraída. No espera una respuesta y corta la llamada, dejando a su chico con la ilusión en la punta de la lengua. Éste recuerda la conversación que tuvo con su mejor amigo el día anterior.

“- O sea, ¿me estás diciendo que lleváis más de tres años juntos y no os habéis acostado? – dice John, su mejor amigo. Están jugando a videojuegos en casa de Ben, mientras hablan de cosas aleatorias. - ¿Ni si quiera lo has intentado? – insiste mirándolo de reojo.
- Tío, no lo he intentado porque me da miedo cagarla. Me muero de ganas, pero el miedo a perderla puede mucho más. Además, últimamente está muy rara. – Con un brillo extraño en los ojos, Ben para la partida y mira a su amigo con el rostro ensombrecido por su intrínseca duda. John lo analiza precozmente, antes de articular palabra.
- ¿Es virgen? – pregunta, muy serio. Ben lo mira con los ojos a punto de salirse de sus órbitas.
- ¡¿Eres idiota!? ¡Pues claro! Soy su primer novio, ¿con quién crees que lo puede haber hecho si no es conmigo?
- Perdona, perdona. Solo era una pregunta… - dice levantando las manos, en señal de inocencia. Arrastra la silla hasta su lado y lo mira a los ojos. – Pero, si yo fuese tú, por lo menos… lo intentaría.”

El chico de pelo azabache sacude la cabeza y entra a la ducha del gimnasio, despejando su mente con un chorro de agua helada. Dichoso John – piensa, ahogando la idea.





Anne termina de cambiar la arena de la caja de Fifí con la nariz encogida. Faltan quince minutos para que Ben aparezca por la puerta. Después de lavarse las manos, corre hacia la cocina y prepara una bolsa de palomitas, que vierte en un bol de plástico transparente. Va hacia el salón y busca entre las películas algo interesante. American beauty, esta no la hemos visto…







En la redacción de Nutz, Matt se halla frente a su ordenador, con la vista pegada a la pantalla y la mente envuelta en un halo de concentración. Edita las fotos para el próximo número de la revista, Rachel sale en algunas. Recuerda el domingo que pasaron juntos. No le prestó demasiada atención ya que su mente volaba hacia otra chica. Debería dejarse de memeces y salir con ella, en vez de estar perdiendo el tiempo con deseos inútiles. Sí, claro, como si pudiera olvidarme de Anne…



A las seis en punto, Anne le abre la puerta a su chico. Él la abraza, dando una vuelta con ella en volandas. La besa tiernamente por unos segundos y la deja nuevamente en el suelo.
- ¡Qué ganas tenía de verte! – asegura Ben ensanchando su sonrisa. Anne, con los labios aun enrojecidos, se ríe. Ambos caminan cogidos de la mano hacia el salón. Fifí le salta encima al chico. – Eh, minino, ¿qué pasa? – él lo acaricia suavemente, ante la mirada cariñosa de la chica. Ben adora a los gatos.

Ambos se sientan en el sofá, con los cuerpos demasiado juntos para el gusto de la chica. Anne enciente el DVD, poniendo la película. Durante las dos horas que dura, ninguno dice nada. Sólo él la besa de tanto en tanto. Ella está más ocupada intentando que el argumento no se le haga familiar.
Cuando comienzan los créditos, los ojos azules de Ben brillan. Le arrebata suavemente el mando a la chica, apagando la televisión. La mira intensamente, haciendo que la chica se pierda en su cálida mirada. A Ben le arden los labios. Los junta a los de Anne con necesidad y ella parece quemarse por un momento, dando un leve respingo. Él no tarda en echar su cuerpo sobre el de su chica, y en la mente de ella una interrogación parpadea duramente. Tiene mucho calor y toda su sangre parece haberse posado sobre sus mejillas. Quiere decirle que pare, pero el olor a Hugo Boss le turba la mente. Cierra los ojos y se deja hacer por un momento. Hay un silencio espeso, profundo y cargado.
Como si de un calambre se tratase, el recuerdo de Matt le hace dar un bote. Ben deja de besarla y arruga la frente en un gesto de confusión.
Los ojos de Anne acogen un carácter diferente. Esta vez es ella la que junta sus bocas. Nunca lo había besado con tanta pasión. Quizás es porque en su mente no está besando al moreno.

Al cabo de unos minutos, Ben recuerda la conversación con su amigo. No se lo piensa dos veces y, con su chica en brazos, va hacia la habitación de esta.

Anne tiene la cabeza demasiado embotada como para pensar fríamente en lo que está ocurriendo. Él la tumba sobre la cama y, sin reparo alguno, la aplasta con su peso. No puede parar de besarla. Es una necesidad que duele. Siente como deja de ser dueño de sus actos cuando se deshace de su camiseta, dejando al descubierto un torso marcado por años de deporte. Ben se zafa del jersey de ella con un rápido juego de manos.
Anne parece reaccionar al contacto con su piel desnuda. Se muerde los labios fuertemente, sacando fuerzas de donde puede. Él está concentrado en su cuello y no se da cuenta de lo que la chica le quiere decir con la mirada.
Ella coloca sus pequeñas manos en el pecho de su chico, apartándolo de un brusco empujón. Él queda aturdido por un segundo y después ve como ella se tapa velozmente con su jersey. Tiene la cara encendida y él muere de vergüenza. ¿Qué estás haciendo, idiota?
- Anne, lo siento – se disculpa alejándose de ella. Coge su camiseta por los bordes y se la coloca como puede. – De verdad que no sé qué me ha pasado… - Ella, aun aturdida, mueve la cabeza de lado a lado. Está demasiado sorprendida como para articular algo coherente.
No sólo ha sido culpa de él, ella estaba demasiado entretenida fantaseando con el rubio. Jamás había pensado en otro chico mientras le besaba. Hasta hoy. Se siente avergonzada y ruin. Él, culpable y miserable.
 
- Vete – susurra la chica, sin mirarle. No quiere llorar, pero le apetece tanto…
Ben, abatido, se coloca la chaqueta mientras la mira con los ojos aguados por la culpa. Hace un amago de acercarse a ella, pero el miedo lo impulsa a quedarse quieto. Quiere retenerla entre sus brazos, disculpándose hasta acallar el sentimiento amargo que le ha quedado en la boca. Decide irse y conservar el ápice de dignidad que le queda. Llega hasta la puerta de la habitación por la inercia de sus pies y, antes de salir, le regala una mirada de disculpa a la chica, que lo mira sin expresión alguna en su rostro. En la mente de ella, rondan infinidad de pensamientos contradictorios y lo único que logra hacer es neutralizarlos bajo un manto de indiferencia. El chico de pelo azabachado recorre la oscuridad del pasillo sin mirar atrás y, cuando llega hasta la puerta principal, agarra el pomo de la puerta dispuesto a irse de allí, pero unos finos brazos le rodean el pecho, reteniéndolo con fuerza. Asombrado e incrédulo, mira hacia atrás casi con temor. Con miedo a que fuese su imaginación. La chica lo mira desde abajo con los ojos llenos de lágrimas. Anne lo gira completamente hacia ella y salta a sus brazos. Lo besa, derramando lágrimas. Un beso salado, delirante y violento que dura varios minutos en los que las mentes de los dos vagan lejos de allí. La chica separa sus cuerpos y, cogiendo a su chico de la mano, lo arrastra hacia su habitación. Cierra la puerta con un portazo y tira a Ben sobre el cómodo colchón en el que hace apenas unos minutos habían estado. Está decidida a hacerlo, y sus ojos gritan deseo. En su mente ya no hay lugar para el rubio.

Con la luz apagada y sus cuerpos pegados, la pasión los devora y caen rendidos, amándose por primera vez.

Y en la intimidad de la madrugada, ambos duermen entrelazados, con sus sueños unidos.
 Anne le quiere. Y quizás sí sea suficiente…








Continuará...Pd: ¡Feliz año! ^^
Espero que os guste el capítulo :3
Mientras repaso los capítulos voy cambiando cosas que se me van ocurriendo... en mi mente hay montado un culebrón del copón jajajajjajajaajjaa